«Mysterium Fidei»

Elevación II

…HOC EST CORPUS MEUM…HIC EST ENIM SANGUIS MEUS NOVI TESTAMENTI MYSTERIUM FIDEI QUI PRO VOBIS ET PRO MULTIS EFFUNDITUR IN REMISSIONEM PECCATORUM”

La Eucaristía fue instituida por Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena como verdadero y propio sacramento, distinto y más excelente que los demás. (De fe divina y definida). Sabemos que los sacramentos son signos (algo que posee un significado para representar otra cosa) sensibles (perceptibles por los sentidos, como el agua, el pan y el vino, etc., y las palabras) instituidos por Nuestro Señor Jesucristo para significar (Ej., el bautismo que lava el cuerpo significa la purificación del alma, que queda limpia del pecado original) y producir en nuestra alma la gracia santificante donde no la hay (la gracia primera: el Bautismo y la Penitencia) o su aumento donde ya existe (la gracia segunda – La Eucaristía, la Confirmación, el Orden, la Extremaunción, el Matrimonio).

La Eucaristía, católica y única, puede ser considerada como sacrificio y como sacramento.
1. Como sacrificio es la Santa Misa, que consiste en “el sacrificio incruento de la Nueva Ley que conmemora y renueva el del Calvario, en el cual se ofrece a Dios, en mística inmolación, el cuerpo y la sangre de Cristo bajo las especies sacramentales de pan y vino, realizado por el mismo Cristo, a través de su legítimo ministro, para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos los méritos del sacrificio de la cruz.”
Ahora, el sacrificio de la cruz y el sacrificio del altar son uno solo e idéntico sacrificio, sólo se diferencian en el modo de ofrecerse: cruento el de la cruz, incruento el del altar.
2. Como sacramento es la Comunión, que consiste en “el acto de recibir el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies de pan y vino”. Es necesaria con necesidad de precepto divino (por las palabras de Cristo en Jn 6,54: “En verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”) y eclesiástico.

El Concilio de Trento ha definido: “la Misa es de tanta pureza y está tan libre de error, que nada hay en ella que no exhale santidad y piedad exterior, y que no eleve a Dios los espíritus de los que ofrecen” (Sesión XXII, cap. 4)
La misa romana fue codificada por un Papa Santo, justamente por San Pío V, de una vez y para siempre, esencialmente irreformable (prohibición de alterar su sustancia) como arma eterna contra las herejías, es decir contra la verdad revelada. Sin embargo, actualmente, los católicos siguen una “nueva liturgia”, de carácter subversivo (contra la Ley Canónica), totalmente asimilada a la “Cena” protestante.

Cuando vemos un altar pensamos en un sacrificio y en el sacerdocio, términos inseparables. Sin embargo, cuando vemos una mesa pensamos en una comida, pues las comidas se sirven en mesas. En la nueva misa del Novus Ordo montiniano, la idea de sacrificio desaparece, y es «luteranamente» sustituido por “cena”, es decir, comida.

El objetivo de destruir la Misa católica por parte de los “nuevos reformadores» de la nueva iglesia conciliar, es el de poner la Iglesia Católica al servicio del falso ecumenismo, basado en el indiferentismo (es decir, una religión es tan buena como cualquier otra), que niega la existencia de una verdadera y única Iglesia, imaginando una cierta “verdadera” «iglesia de Cristo» que será futura, que aún no existe, pues aún no se ha alcanzado la unión cristiana “ecuménica” y declarando, en Lumen Gentium n. 8, una explícita herejía: que la Iglesia Católica no es el Cuerpo Místico de Cristo ni es la única y perfecta Iglesia de Cristo, tan sólo «subsiste» en ella; ya se comprende que lo que «subsiste» en algo es distinto e imperfecto con relación a ese algo más amplio, a saber, una futura «iglesia de Cristo». La nueva “misa” fue compuesta para trasladar a los creyentes desde la “religión católica” hacia la nueva “religión ecuménica”, es decir hacia esta nueva religión subjetivista (sin verdades objetivas, sin dogma), iluminista (la razón al puesto de la autoridad de Dios que revela), naturalista (carente de la continua y permanente asistencia de Espíritu Santo prometido por Jesucristo a su Iglesia, de la autoridad de Cristo sobre el legítimo Papa y carente de los canales de la gracia, que son los sacramentos) librepensante (a la medida de la mera opinión humana, independiente de la Regla de la Fe y basada en el «libre examen» luterano) y humanística (la religión del culto del Hombre inaugurada solemnemente y oficialmente por Pablo VI en su famoso discurso de clausura del Vaticano II).

La Misa católica y la “misa” del Novus Ordo ecuménico – en adelante N.O. – representan, significan y expresan dos religiones distintas, aunque esta última no es propiamente una religión, pues es hija de lo bajo (el hombre) y no de lo alto (Dios).

El Novus Ordo Missae (la nueva misa) con la Ordenación General (OG), que es su introducción, fue publicado por Pablo VI por medio de la Constitución Apostólica Missale Romanum (3 de Abril de 1969).  En el número 7 de la OG Pablo VI defino la nueva misa como: «La sagrada sinaxis o asamblea del pueblo de Dios reunido en común, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. Por lo tanto, para la asamblea local de la santa Iglesia vale en grado eminente la promesa de Cristo: ‘Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’ (Mt. 18, 20)». Vemos que la definición se remite a una “Cena”. Los Cardenales Ottaviani y Bacci, en su célebre documento Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae, explican que «tal “cena” está constituida por la reunión de los fieles bajo la presidencia del sacerdote, y consiste en la renovación del memorial del Señor…, pero todo esto no implica ni la Presencia Real, ni la realidad del Sacrificio, ni la sacramentalidad del sacerdote consagrante, ni el valor intrínseco del Sacrificio Eucarístico, el cual no depende en absoluto de la presencia de la asamblea». De hecho un verdadero sacerdote católico puede celebrar válidamente la Misa católica sin la presencia de la asamblea. Y continúa, «esta Cena no implica ninguno de aquellos valores dogmáticos esenciales de la Misa que constituyen su verdadera definición». Por lo demás, al afirmarse “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20), se coloca en preeminencia a la presencia espiritual de Cristo, por sobre el orden físico o sustancial de la presencia real eucarística. Es decir «se pone el acento en la Cena o memorial, pero no en la renovación incruenta del Sacrificio del Señor realizado en el Monte Calvario».

Los innovadores, llevando al pueblo fiel a la práctica de un culto anticatólico y a la profesión del error (lastimosamente para la perdición de los católicos) han borrado y aniquilado el carácter sobrenatural de la liturgia católica, orientada a Dios y de Él recibida, e instalando en su lugar un mero afán por simple industria humana, en concordancia con la “Religión del hombre” por ellos oficialmente proclamada (cfr., Pablo VI, Discurso de clausura del Concilio Vaticano II; Gaudium et Spes, ns. 11 y 22). Es el omnipresente humanismo. Por ejemplo, en el nuevo culto, sacrílego y cismático, de la “nueva misa”, las oraciones de preparación recitadas al Pie del Altar por el sacerdote, que se prepara para “Entrar al Altar de Dios” (Introibo al altare Dei) fueron sustituidas por algunas palabras de bienvenida dirigidas a los fieles – no a Dios – (“La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”); es claro que la importancia recae sobre la asamblea reunida, no sobre Dios; el carácter sobrenatural de lo que ocurrirá es oscurecido por la centralidad en la gente, en la comunidad humana, que se constituye en centralidad. En 1991, el Padre Anthony Cekada publicó un estudio titulado “The problems with the prayers of the Modern Mass” (Los problemas con las oraciones de la Misa Moderna), en el cual, tan sólo en el aspecto doctrinal de las oraciones, se evidencia el impresionante abandono de la fe católica por parte de la misa de Paulo VI. Sin embargo, es esta entrada podemos citar un segundo ejemplo (de tantos): siempre al pie del Altar (antes de acercarse a éste) el sacerdote, en la Misa Católica, recita el “Confiteor” (Yo confieso): “Yo, pecador me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado san Miguel Arcángel, al bienaventurado san Juan Bautista, a los santos Apóstoles Pedro y Pablo, a todos los Santos…” En la “nueva misa” la bienaventurada siempre Virgen María, el bienaventurado san Miguel Arcángel, el bienaventurado san Juan Bautista, los santos Apóstoles Pedro y Pablo y todos los Santos han sido eliminados y reemplazados por “y a vosotros, hermanos”, negando la Comunión de los Santos (artículo de Fe del Credo de los Apóstoles que recitamos los católicos) y trasladando la centralidad a la asamblea allí reunida (“a vosotros, hermanos”). En ambos casos (insisto, ¡entre tantísimos!), que son tan sólo una muestra del desastre, no hay conflicto de “fe” para ningún protestante, pues éstos niegan la “intercesión de los santos” y sostienen la principalidad de la asamblea.

El católico tiene una grave razón de principio, que concierne directamente a la pureza de la Fe, para rechazar la “nueva misa” en comunión (“una cum”) con el “papa” del Novus Ordo (Bergoglio, actualmente), absteniéndose de asistir a ella (como no sea sólo, y tan sólo, en razón de algún inexcusable compromiso social – no como católico – y declarando explícitamente que asiste sin participar). Con Monseñor Michel Louis Guérard des Lauriers, coautor del “Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae” (1969) – en adelante (BEC) – (cfr. Entrevista Mons. Guérard des Lauriers, Sodalitium Nº 13, Mayo 1987) decimos que, en caso de asistir y participar, se incurre en el delito sacrilegio y en el delito de cisma. El problema es que, como están las cosas en la actualidad, al menos el 90% de los fieles no comprende o no considera ni la importancia, ni la gravedad de la “misa una cum (Bergoglio)”.

Gravedad que consiste en:
1. El delito de sacrilegio. La razón es que, la expresión “una cum” afirma que  Bergoglio,a. Francisco, es “uno con” (una cosa con) la Iglesia de Jesucristo, una, santa y católica. Lo cual es un error, ya que Bergoglio persiste en enseñar y promulgar la herejía, luego no puede ser el Vicario de Cristo ni ser “una cosa sola” con la Iglesia de Jesucristo. Vemos que la “misa una cum” expresa un error que concierne a la Fe. Siendo la Misa, una acción sagrada por excelencia (el sacerdote oficia “in Persona Christi”) entonces, si el acto vulnera lo sagrado está hipotecado por el delito de sacrilegio.
2. El delito de Cisma Capital (por tratarse de un delito que afecta a la Cabeza, a saber, al ocupante de la Sede de Pedro). Porque, “una cum”, significa que, celebrando el Sacrificio de la Misa, se celebra en unión con y bajo la dependencia del ocupante de la Sede de Pedro quien, actualmente, se encuentra en estado de Cisma Capital, ya que ha decidido no ser la Cabeza de la Santa Iglesia de Cristo, sino de otra institución, que se ha dado en llamar ecuménica, post-conciliar, del Novus Ordo, etc., pero ya no Católica.

Así pues, he aquí algunas razones que nos obligan a rechazar la “Nueva Misa”:
• La Nueva Misa no manifiesta, como la Misa Católica, nuestra Fe en la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo. El BEC, n. II, dice: «la definición de la Misa se reduce a una “cena”…Esta cena se describe, además, como asamblea presidida por el sacerdote, para realizar “el memorial del Señor”, que recuerda lo que se hizo el Jueves Santo. Todo esto no implica ni Presencia Real, ni realidad del Sacrificio». Por el contrario, el Sacrificio de la Misa es un verdadero sacrificio propiciatorio y no una simple y protestante conmemoración del sacrificio de la Cruz (Cfr. D. S. 1753)
• Porque, tal como emana de la segunda parte de la definición del N.O., confunde la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía con la presencia en la Palabra de la Biblia y su presencia espiritual en medio de los fieles, de fuerte sabor protestante.
• En la misa ecuménica se inserta la “oración de los fieles”, la cual subraya: “el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal” (Instrucción General del Misal Romano [IGMR] Nº 45); con lo que se presenta el sacerdocio común de los fieles de modo autónomo, omitiendo su subordinación al del sacerdote, siendo que el sacerdote consagrado es el mediador de todas las intenciones del pueblo en el Te igitur y en los dos Memento. Luteranos y calvinistas afirman que todos los cristianos son sacerdotes y que, por lo tanto, todos ofrecen la Cena.
• En el ordenamiento de la “Nueva Misa” participaron seis pastores protestantes: George, Shephard, Konneth, Smith y Thurian, quienes representaban al Consejo Mundial de las Iglesias, la Iglesia Luterana, la Iglesia Anglicana y la Comunidad Protestante de Taize. De hecho, Max Thurian, protestante de Taizé, afirma que, uno de los frutos de la Nueva Misa, «será talvez que las comunidades no católicas podrán celebrar la santa cena con las mismas oraciones de la Iglesia Católica. Teológicamente es posible” (La Croix, Mayo de 1969).
• Porque así como Lutero suprimió el Ofertorio, pues en éste se expresaba claramente el carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa, así también la misa de Paulo VI (La Nueva Misa) lo reduce a una simple preparación de las ofrendas.
• Porque favorece la afirmación protestante de es la fe de los fieles, y no la palabra del Sacerdote, lo que causa la presencia de Cristo en la Eucaristía.
• Porque la Nueva Misa hace entender que el pueblo “concelebra” con el Sacerdote, lo cual es contrario a la teología católica. En la “Plegaria Eucarística III” hasta se llega a decir al Señor: «No dejas de congregar a tu pueblo, para que desde la salida del sol hasta el ocaso sea ofrecida una oblación pura a tu nombre». El BEC considera que, este “para que” (ut), indica que el pueblo, más que el sacerdote, es el elemento indispensable para la celebración; y como tampoco, en este lugar, se precisa quién es el que ofrece, [resulta que] se presenta al propio pueblo como investido de un poder sacerdotal autónomo. En la Misa Católica, por el contrario, el que celebra, el que ofrece y el que sacrifica ese le sacerdote, consagrado para esa función, y no la asamblea del pueblo de Dios (Cfr. D. S. 1752).
• Porque el tono “narrativo” de la ¿consagración?, de naturaleza protestante, en vez del tono de intimación, hace pensar de que no se trata de un Sacrificio, sino tan sólo de una memoria de la Cena, y que la Misa no es más que un banquete de congregados bajo un presidente, un sacerdote, justamente. Todo esto se demuestra por otras innovaciones y señales: el altar reemplazado por una mesa, el sacerdote enfrentando la asamblea (a la cual, según la doctrina neotérica, se debe como presidente, o delegado), la Comunión de pie o en la mano, etc.
• Porque la Nueva Misa posee errores condenados infaliblemente por el Concilio de Trento, como por ejemplo, la Misa oficiada en lengua vernácula (no en la lengua sagrada de la Iglesia Católica Romana) dando origen a tantísimos excesos y extravagancias, las palabras que son la forma de la Consagración dichas en voz alta (en modo narrativo).
• Porque, negando la Presencia Real y para no ofender el “espíritu ecuménico”, se han atrevido, escandalosamente, a desalojar el Tabernáculo del Altar, y lo han extrañado a un lugar apartado, casi escondido o, en definitiva, escondido del todo. Ya no es el Tabernáculo lo que centra de inmediato la atención, sino una mesa despojada y desnuda (BEC); es decir, hay que esconder la Presencia de Cristo, pues la Nueva Misa es un oficio meramente naturalista, sin Cristo, incapaz de elevarse al cielo, es la gloria del hombre, no la Gloria de Dios, es un servicio desde el hombre hacia el mismo hombre – tal como ya lo hemos descrito en una entrada anterior, y lo hemos recordado ahora – referida a la “Religión del hombre”, inaugurada oficialmente por Paulo VI en el discurso de clausura del Concili-ábulo, y que ha desplazado a la Religión Revelada. Por el contrario, «Separar el Sagrario del Altar es separar dos cosas que tienen que permanecer unidas por su origen y naturaleza» (Pío XII, Alocución al Congreso de Liturgia, 18-23 de Septiembre de 1956).

Con el Breve Examen Crítico podemos decir,
«En conformidad con las prescripciones del Concilio de Trento, el Misal Romano de San Pío V impidió que se pudiera introducir en el culto divino ninguno de los errores con que la Reforma protestante amenazaba la Fe.
«Los motivos de San Pío V eran tan graves que nunca antes y en ningún otro caso estuvo más justificada la fórmula y la ocurrencia casi profética con que concluye la Bula de promulgación del Misal Romano (Quo Primum, 14 de Julio de 1570), que infaliblemente decreta: “Pero, si alguien presumiera intentarlo [alterar las disposiciones fijadas en esta Bula, n.d.r; tal como lo han hecho los actuales “reformadores” que se dicen católicos, pero no lo son] sepa que incurrirá en la indignación de Dios Todopoderoso y de sus Santos Apóstoles Pedro y Pablo”.

En la presentación oficial del Novus Ordo Missae en la sala de prensa del Vaticano, se ha llegado al atrevimiento de afirmar que las razones invocadas por el Concilio de Trento ya no valen ahora

Y bueno, no nos engañemos; cuando la religión conciliar del Novus Ordo, que se hace llamar católica, celebra (con la asistencia de tantísimos y tantísimos creyentes que no se instruye sobre lu fe y que, pasivamente concurre a este culto) lo que, en su propia definición de misa, llaman la Cena del Señor, lamentablemente sólo se recibe nada más que pan y vino, pues la Nueva Misa de Pablo VI, apartando la Presencia Real y suprimiendo, por principio, el Sacrificio y reemplazando al Sacerdote por un simple “presidente” entre iguales compromete, en consecuencia, la Consagración y la Comunión; en definitiva la Nueva Misa no tiene ni altar, ni sacerdote sacrificante ni sacrificio.

Este trágico y doloroso momento nos trae a la mente el gran Papa que codificó la Misa Católica, irreformable en su esencia, de una vez y para siempre, San Pío V; y a él dirigimos nuestra súplica implorando su poderosa intercesión ante Dios, Nuestro Señor, para que abrevie los días de nuestras aflicciones y restablezca prontamente entre nosotros la sagrada Liturgia:

«¡Oh, Dios, que te has dignado elegir al beato Pío
como Sumo Pontífice para vencer a los enemigos de Tu Iglesia
y para restaurar el culto divino,
haz que nosotros nos consagremos de tal manera
a Tu servicio que podamos vencer las insidias
de todos los enemigos y alcanzar la paz eterna!»


Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!

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La Fe y la Gracia en la situación actual de la Iglesia

Sacramentos

     Una de las situaciones más aflictivas y uno de los dolores más apremiantes – después de perder la caridad por el pecado mortal – para un católico es carecer de los canales regulares de la gracia, necesarios tanto para recuperar el estado de justicia cuando lo perdemos como para conservarlo cuando lo tenemos y perseverar en éste hasta el fin.

     El justo posee un organismo natural, común a todos los hombres – cuerpo, alma y facultades naturales (la razón y la voluntad) con sus operaciones – ordenado a su perfección natural; y un organismo sobrenatural – alma, gracia santificante y virtudes y dones del Espíritu Santo con sus operaciones – ordenado a su fin y perfección sobrenaturales.

     Sabemos también, contra el error de De Lubac, que nada hay en la naturaleza del hombre que exija o reclame el orden sobrenatural. Por lo tanto la elevación a este orden sólo puede ser recibido como gracia de parte de Dios, toda vez que supera infinitamente las exigencias de nuestra naturaleza.

     Así mismo sabemos que el hombre, cuando ha perdido en su alma la gracia, es como un “cadáver” espiritual, puesto que queda privado de la causa formal de la vida sobrenatural (así como lo es el alma con relación al cuerpo en la vida natural, el cual muere si aquélla se separa de él); y por lo tanto nada puede merecer en cuanto a su santificación ni a su salvación mientras permanece en aquel lamentable estado, ya que el hombre, con sus solas fuerzas naturales, no puede producir obras meritorias para la vida eterna: el mérito supone la gracia.

     El pecado, en tanto «aversio a Deo et conversio ad creaturas» (aversión a Dios y conversión a las criaturas), siendo el único mal verdadero que puede sufrir el hombre, a modo de “suicidio espiritual” del alma, es también lo único que nos priva de la gracia, raíz de la vida divina; junto a esta pérdida y grandísima ruina perdemos también todo mérito sobrenatural. El hombre, en el origen, fue privilegiado con el estado de justificación por Dios pero, con su prevaricación perdió el estado de gracia y el derecho a la gloria los cuales, en virtud de la obra redentora de Jesucristo, podemos recuperar tan sólo por dos medios, que son los llamados sacramentos “de muertos (espirituales)”: el Bautismo en el inicio de la justificación y el sacramento de la Confesión si acaso volvemos a caer ya bautizados.

     Ahora bien, volviendo al principio de esta entrada, no puede ser más aflictiva la actual situación que aqueja al católico, a causa de la orfandad en que nos encontramos por la defección post-conciliar de la Autoridad en la Iglesia, en cuanto a la distribución de los medios de salvación y canales de la gracia divina, cuales son los Sacramentos. En efecto, siendo imposible perseverar en la justificación sin el constante auxilio de la moción divina en el alma, el acceso a sacramentos válidos es, literalmente, “vital”; tanto con relación a los sacramentos “de muertos” (el Bautismo y la Confesión) necesarios para obtener la gracia y para recuperarla, como con relación a los sacramentos “de vivos” (El Orden, La Eucaristía, la Confirmación, la Unción de los enfermos y el Matrimonio) para conservar, alimentar y desarrollar la perfección cristiana. Todos estos medios de santificación pudo Cristo dispensarlos directamente, sin embargo quiso administrarlos por medio de una institución fundada directamente por Él, la Iglesia Católica, en la cual los depositó para todo el que crea se salve. Siendo Cristo el autor de los sacramentos y el ministro invisible de su Iglesia (Él es quien bautiza, quien confirma, quien perdona, etc., aunque por medio de hombres que Él estableció en el sacramento del Orden como ministros externos) puso sobre su Iglesia, que Él gobierna invisiblemente por medio del Espíritu Santo, a un hombre como su Vicario y Ministro visible, es decir a Pedro y sus sucesores. Luego, hay sólo una realidad donde se encuentra el depósito de la revelación y de la gracia, ésta es la Iglesia fundada sobre Pedro y en unión con él.

     El problema está en que actualmente, con excepción del Bautismo y, probablemente, del Matrimonio, quien quiera profesar la Fe y recibir los auxilios divinos sin los cuales nada meritorio podemos en el orden sobrenatural, se encuentra ante una trágica dificultad. Por un lado están los católicos «costumbristas» que, ya sea por pasiva confiabilidad o por ignorancia culposa, siguen incondicionadamente tanto las enseñanzas como la liturgia de la «iglesia conciliar», por otro lado están (potencialmente) quienes quisieran convertirse o profesar la religión católica y también, en fin, los católicos que quieren mantenerse fielmente e integralmente católicos y que, para ello, encuentran un impedimento insalvable para unirse a la iglesia oficial. El primer grupo cree seguir la sana doctrina y recibir sacramentos válidos, hipotecando descuidadamente y negligentemente su santificación y su salvación. El segundo grupo, si instruido, no sabrá adonde recurrir para encontrar el depósito de la Fe, la regla de la Fe, y los sacramentos. El tercer grupo, sabiendo que la Iglesia Católica es indefectible, llorará no tener fácil acceso al Pusillus Grex Militans, es decir al «Pequeño Rebaño Militante» que mantiene la Missio, aunque no la Sessio, en orden a recibir válidos sacramentos.

     Y ¿cuál es la causa de toda esta situación tan aflictiva y sin precedentes en la historia de la Iglesia Militante? Esto se debe a que la Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia Católica, al menos desde la promulgación de los documentos del Concilio Vaticano II, quedó casi escondida y velada, reducida a un puñado de obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, pero que continúa celebrando la Oblatio Munda que es el Santo Sacrificio, el cual no debe cesar hasta el fin de la historia. En cambio, no es posible seguir a la iglesia oficial, toda vez que ésta profesa otra religión (ecuménica, conciliar, o como se la quiera llamar) y no es Pedro quien la gobierna.

     Abordaré la validez de los sacramentos actualmente en una próxima entrada en este blog, así como qué hacer, en caso de no tener acceso a la Santa Iglesia Católica, confinada, desplazada de sus lugares santos, y abusivamente usurpada por los modernistas de la secta ecuménica.

     Hemos dicho que el hombre, llamado gratuitamente por Dios a la vida divina, en el actual estado de naturaleza caída, aunque no irremediablemente perdida, necesita para del auxilio de la gracia, toda vez que el fin a alcanzar (en el orden sobrenatural: la propia santificación y la vida eterna) supera a la naturaleza – en el estado de inocencia original no eran necesarios los sacramentos, ni como remedio del pecado ni como auxilios para la perfección del alma. También indiqué que este auxilio divino quiso Dios que brotara de los méritos de la Redención y dispensado al género humano mediante signos sensibles instituidos por Nuestro Señor Jesucristo para producir la gracia de Dios en el alma humana, éstos son los Sacramentos que han de ser válidos y administrados en la fe católica y en la única institución divinamente constituida, la Iglesia Católica.

     Hasta aquí todo funcionaría fluidamente y regularmente, y todo acontecería como en tiempos normales, si la Santa Iglesia Católica, a causa de la defección de la autoridad entregada a las insidias del enemigo de Dios y del hombre, no hubiese sido empujada por el odio de la revolución modernista a la más trágica y lamentable de las tormentas jamás sufrida en su historia.

     En realidad, en su raíz y esencia,  el problema concierne totalmente a la Fe; en su raíz porque es el origen de las consecuencias, y en su esencia porque es la naturaleza del problema. En efecto, si la fe que profesa y comunica la iglesia conciliar ya no es la Fe católica, entonces la gracia es incomunicable, puesto que sus sacramentos serían inválidos; es decir éstos serían tan sólo ceremonias y signos que no significan ni producen la gracia en el alma; y quien se acerque a recibirlos, aunque con confiada disposición, podrían sentirse sacramentalmente receptores de la gracia en fuero interno, pero en realidad nada habrían recibido en el plano objetivo. Es así que, esta nueva religión (modernista, ecuménica, conciliar, etc.) necesita una nueva iglesia con una nueva doctrina, nueva disciplina (nuevo código de derecho), nuevo culto (la cena del Señor, no el Sacrificio) y nuevos «sacramentos».

     Exponer la no catolicidad de los contenidos a creer de esta nueva fe escapa, por ahora, al espacio de la presente entrada; sin embargo podemos ahora referirnos a la nueva liturgia y a los nuevos sacramentos, y así advertir que no pertenecen a la fe católica (Lex orandi, lex credendi).

     La iglesia conciliar, fiel a su único dogma que es el falso ecumenismo, necesitó de nuevos sacramentos, para lo cual alteró y adulteró los sacramentos católicos, principalmente en su forma, en las ceremonias y oraciones, y en la intención. Brevemente podemos examinar este aspecto.

     Importancia y dramatismo especial reviste la situación respecto a la invalidez del nuevo sacramento del Orden, cuyo rito fue aprobado y promulgado por Pablo VI el 18 de Junio de 1968. Esto es crucial, ya que si desde aquella fecha los “ordenados” con el nuevo rito no han sido válidamente ordenados, entonces estos “ministros” no pueden hacer («haced esto…») el Sacrificio de la Misa Católica y tampoco administran sacramentos válidos, con excepción del Bautismo y, probablemente, el Matrimonio. Se comprende entonces que, demolido el Sacrificio, viciada la validez del Orden sacerdotal, destruida la sana Doctrina y viciada la validez de los Sacramentos que dependen del verdadero sacerdocio estamos, por una misteriosa permisividad divina, ante la conspiración diabólica casi perfecta, sobre todo porque, destruida la Misa y el Sacerdocio según el Orden de Melquisedec, en realidad se ha destruido casi todo.

     Existe abundancia de tratados serios y confiables de doctos autores católicos que se han ocupado de estos temas, lo cual excede largamente el espacio y la intención de este blog, comenzando por el célebre “Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae” (de fácil acceso en internet en su traducción española) que, con la impronta teológica del destacado teólogo dominico Mons. Michel Guérard des Lauriers, los Cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci presentaron a Paulo VI en 1969, para representar el abandono de la teología católica en la nueva «misa» operada por la reforma litúrgica  como producto del “concilio Vat. II”. Pretendo despertar el interés por instruirse sobre el estado actual de la religión católica, y ayudar a advertir el grave peligro de hipotecar la justificación y la salvación por comodidad, ignorancia o tibia confianza, siguiendo una falsa religión con apariencia de verdadera, por aquello de San Pablo: “Sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb 11,6) y aquello de “Si un ciego guía a otro ciego ambos caerán en la fosa” (Mt 15,14).

     No hemos nacido sino para alcanzar la vida y la gloria eternas en la clara visión de Dios; éste es el fin supremo de la vida del hombre como homo viator. Toda la vida terrena del hombre consiste en el mérito para alcanzar este fin sobrenatural que es, a la vez, su supremo bien; subordinada a este fin supremo el hombre puede también conseguir una felicidad relativa en la tierra, compatible con éste mediante el progreso en la perfección cristiana. Todo lo cual es imposible, y hasta mortífero (es decir causante de la muerte) si el hombre se adhiere al error, aunque sea por comodidad y negligencia, si sigue el error diabólicamente presentado y practicado por la secta de la nueva iglesia conciliar (la más grande secta de todas en la historia, pues cuenta con billones de adherentes en el mundo) y que abusivamente se autodenomina católica. La Iglesia integralmente Católica fue fundada personalmente por Jesucristo, Redentor de la humanidad, para conducir al hombre a la gloria eterna mediante los auxilios sobrenaturales que le dispensan los sacramentos válidos y la adhesión a las verdades de la Fe, en obediencia a su Magisterio infalible.

     ¿Qué hacer en medio del desastre, puesto que la mayoría del puñado de católicos se encuontra en la total orfandad pastoral y magisterial a causa de la privación de la Autoridad en la Iglesia?

     Para quienes no pueden acceder a los escasos Obispos, sacerdotes y templos que se mantienen fielmente católicos para recibir los medios necesarios para la vida de la gracia, quedan aún algunos recursos a los que podemos recurrir para no claudicar y, si caemos, volver a levantarnos; aunque conscientes de que, en tal estado, sólo se salvarán los más fuertes ya que la militancia es mucho más difícil.

     El Concilio Vaticano I dice “Mas porque sin la fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6) y llegar al consorcio de los hijos de Dios, nadie obtuvo jamás la justificación sin ella, y nadie alcanzará la salvación eterna si no perseverare en ella hasta el fin” (DZ 1793); es decir, quien carece de la fe viva (los no bautizados, los herejes, los apóstatas, los cismáticos, los que están en pecado mortal) carece también de la gracia y de ninguna manera se puede salvar. Además, el Concilio de Trento enseña que la fe es el comienzo, fundamento y raíz de la justificación (DZ 801): el comienzo porque establece el primer contacto entre Dios y el hombre; el fundamento porque todas las demás virtudes, incluida la caridad, presuponen la fe, de modo que sin la fe es imposible esperar ni amar a Dios (nadie ama lo que no conoce); es la raíz porque de la fe, imperada por la caridad, brotan y viven las demás virtudes. Luego, por su importancia indispensable para la vida cristiana, debemos conservar la Fe, entendida no como un vago sentimiento religioso o como una cierta subjetiva experiencia de la conciencia – como quieren los modernistas – sino como aquella “virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y la ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero todo lo que por Él ha sido revelado…por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos». Luego la Fe consiste, objetivamente, en el libre asentimiento del entendimiento, movido divinamente por Dios (no por la operación de hombre), a las verdades contenidas tanto en la palabra de Dios como transmitidas por la Tradición y que la Iglesia por su Magisterio infalible propone como divinamente reveladas. Entonces, lo primero en esta difícil situación será mantenerse firmes en la Fe católica, a la vez que huir y resistir los errores contra ella enseñados por la iglesia conciliar, errores conducentes a los más graves pecados contra la Fe, a saber, la apostasía y la herejía, miserables delitos propagados como frutos envenenados del Vaticano II.

     Una importancia especial reviste el sacramento que, por su dignidad y perfección, es el más excelente de todos, éste es la Eucaristía, porque contiene al mismo Cristo y es el fin de todos los demás sacramentos. Y aquí es donde asistimos con estremecimiento a una de las más terribles aflicciones y a uno de los más graves problemas que pone a la conciencia del católico la falsa reforma litúrgica promulgada por Paulo VI. En efecto, el católico no puede participar ni comulgar de la “misa” actual, como tampoco de la llamada Misa tradicional, pero en la cual se mencione al “papa” Jorge Bergoglio en el Canon de la Misa. La razón, en el caso la actual “misa-cena» reformada, es que tanto la definición de esta «misa», como sus fines y su naturaleza, se alejan de tal modo tanto en su conjunto como en el detalle de la teología católica de la Misa que ésta ha pasado a ser otro rito, perteneciente a otra religión. Y en el segundo caso, la Misa tradicional con mención del “papa” actual en el Canon, aunque ésta «parezca» ser la Misa católica, sin embargo, por no ser Jorge Bergoglio (ni los papas post conciliares) ni la Autoridad ni formalmente el Vicario de Cristo en la tierra, quien asista a esta misa – como lo demuestra Mons. Guérard de Lauriers – se mancha con los delitos de Cisma (por estar la iglesia oficial en estado de cisma capital) y de Sacrilegio, toda vez que participa de una acción que debiendo ser sagrada no es pura. Podemos, a lo más y por graves razones de compromisos familiares y sociales, asistir a estas “misas”, manifestando explícitamente que sólo asistimos pero no participamos.

     Tampoco debemos recurrir, con excepción del Bautismo, a los demás “sacramentos” administrados por los “sacerdotes” del denominado Novus Ordo, dado que han sido inválidamente ordenados, por lo tanto no son sacerdotes ni administran sacramentos válidos portadores de la gracia.

     En fin, tenemos al alcance de todos un valiosísimo recurso, que cobra un especial valor en el estado de privación en que nos encontramos: la oración, la cual, como enseña Santo Tomás, está dotada de cuatro efectos saludables: satisfactorio, meritorio, impetratorio y el de producir una cierta refección espiritual. Además la oración, en virtud de las promesas de Dios, posee un eficacia infalible cuando está revestida de las debidas condiciones (cfr. Mt 7,7-8; 21,22. Jn 14,13.14; 15,7; 15,16; 16,23-24. 1Jn 4,14-15); nuevamente citamos a Santo Tomás: “En consecuencia, siempre se consigue lo que se pide, con tal que se den estas cuatro condiciones: pedir para sí mismo, cosas necesarias para la salvación, piadosamente y con perseverancia” (ST, II-II,83,15 ad a.). Y entre las cosas que debemos pedir urgentemente en caso de caer en pecado mortal y en ausencia del sacramento de la Penitencia (ya sea éste actualmente inválido o administrado ilegítimamente por algún sacerdote inválidamente ordenado) es la gracia de una perfecta contrición sobrenatural para recuperar cuanto antes la amistad con Dios, que comprende el dolor y la detestación de los pecados cometidos, en cuanto son ofensa a Dios, el propósito de confesarse (aunque sea físicamente o geográficamente imposible de manera válida, ya que la contrición incluye este propósito) la reparación de la ofensa y el firme propósito de no volver a pecar.

     Y he dejado para el cierre, la excelsa y santa devoción a María, cuyos títulos y grandezas derivan del magnífico hecho de su maternidad divina. La inmaculada y llena de gracia (donde está la plenitud de la gracia no existe el pecado, ni actual ni original), divinamente asociada a la obra de redención de la humanidad, Reina de cielo y de la tierra, y Mediadora universal de todas las gracias. Como enseña San Luis María Grignion de Montfort la verdadera devoción a María conduce a la unión con Nuestro Señor; y afirma que éste es el camino más fácil, más breve, más perfecto y más seguro para llegar a Él. Entre las devociones a María, ocupa un lugar privilegiado la devoción del Santísimo Rosario; éste es la devoción mariana por excelencia, clara señal de justificación para quien lo rece devotamente y diariamente, prenda de múltiples gracias, incluida la asistencia en la hora de la muerte como ella misma lo prometió a Lucía en Fátima


Christus Vincit, Christus Regnat
Christus, Christus Imperat!”