Exaltación de la Santa Cruz

 Crux mihi salus: Crux est quam semper adoro: Crux mihi refugium: Crux domini mecum.

Crux mihi salus:
Crux est quam semper adoro:
Crux mihi refugium:
Crux domini mecum.

 

Hoy, 14 de Septiembre, la Iglesia celebra la “Exaltación de la Santa Cruz”. Con motivo de esta solemnidad quisiera poner a disposición una instructiva homilía, como todas lo son, predicada por S. E. Mons. Donald Sanborn, Director del Most Holy Trinity Seminary. Es una traducción mía del inglés, los subrayados son igualmente míos.

La Iglesia siempre ha considerado un particular mensaje espiritual en esta Fiesta; esto es, que la Iglesia eleva la Santa Cruz de Cristo como salvación de la humanidad, situándola como algo que es central en nuestra Fe. Es prácticamente increíble, pero es cierto, que mientras más Dios nos ama, más cruces nos manda. Como recordaréis, uno de nuestros santos dijo: “vosotros sabéis que el dogma de la Presencia Real proviene de Dios, ha sido revelada por Dios, la Presencia Real de Dios en la Santa Eucaristía – si alguien, por mera industria humana, pretendiese de haberlo realizado, nadie lo hubiese creído. Lo mismo sucede con la doctrina de la Santa Cruz. Si algún ser humano os hubiera dicho que, cuánto más Dios os ama tanto más recibiréis cruces de Él, nadie lo creería; esto tiene que venir de Dios, y por eso, es cierto. La razón por la cual es cierto es que la Cruz es la manera por la que la salvación es aplicada al género humano. Dios nos ama, sin duda, pero vivimos en una era en que pensamos que el sentimiento es algo muy importante; de tal modo que, cuando decimos que alguien nos ama pensamos en abrazarnos, en ser muy amables, simpáticos y dulces; es decir, pensamos en al sentimiento del amor. Es cierto que Dios ha pensado todo aquello sobre nosotros. Pero el verdadero significado del amor, el significado profundo del amor es desear el bien para otro y de realizarlo cuando tenemos la oportunidad de hacerlo. Y el bien que Dios nos provee, llegando a Belén, es ser el Salvador, y el modo en que Él es el Salvador es salvándonos del pecado, lo cual es el precio a pagar por el pecado. De modo que Él no ha venido entre nosotros para abrazarnos o para besarnos, o para hacer llover regalos mundanos sobre nosotros; él vino para salvarnos del problema que el pecado gravó sobre nosotros; razón por la cual es el Salvador. Y todo esto como castigo que el pecado ha impuesto en nosotros – no nos damos cuenta, pero al momento de la misma salida del útero nosotros lloramos, estamos cargando la cruz, emergiendo a este mundo, cuyo carácter es el efecto del pecado original, estamos apareciendo ante todas la miserias y problemas de este mundo. Siendo niños y, desde el instante en que nacemos, tenemos un reloj sobre nosotros, el cual marcará el tiempo en que regresaremos a Dios; es la sentencia de muerte, resultado del pecado original, que pende sobre nosotros ya siendo niños. Así, el fin será una enfermedad, o el fin será todas aquellas consecuencias tanto como efectos de nuestros propios pecados como de los pecados de otros. La desdicha está en todas partes, en miembros de nuestras propias familias, desconsolados y choqueados porque perdieron a quienes que, sin razón alguna, han muerto por el pecado de algunos otros. Es nuestra condición, a causa de los efectos del pecado original y de los pecados actuales. Tenemos las desgracias causadas por los tornados que llegan desde las costas de Estados Unidos, que matarán a algunos, que a otros reducirán a la pobreza y que, en ciertos casos, se llevarán todo lo que tienen; todo lo cual es resultado del desorden del pecado original, aún en la naturaleza.

Nuestro Señor Jesucristo ha venido para salvarnos de todo aquello, siendo la salvación victoria sobre el pecado. El problema es el pecado, la salvación victoria sobre el pecado. Así, el primer aspecto de la Cruz es la victoria sobre el pecado. Los protestantes dicen: Bien, Él murió en la cruz, Él fue quien venció el pecado, nosotros no tenemos que preocuparnos ya de nada; y así. Los pecadores mundanos continúan viviendo en sus pecados, pagando las consecuencias de sus pecados, como quien vive en un hotel: el hotel es el pecado, y ellos pagan la cuenta. Esta no es la verdadera noción de la Redención. Nuestro Señor Jesucristo pagó el precio del pecado y, con ello, hizo nuestros sufrimientos meritorios de algo ya que, uniéndonos diariamente con el peso de nuestra cruz al peso de Su Cruz nuestros sufrimientos se hacen meritorios de algo; ahora podemos, cada uno de nosotros, tener nuestra propia victoria sobre el pecado por medio de nuestra cruz diaria. El segundo aspecto de la Cruz es el de ser un acto de perfecto amor a Dios. No hemos sido creados sino para amar a Dios, nuestro propósito es el amor de Dios, la razón por la cual existimos es para amar a Dios; y nuestro modo de amar a Dios después del pecado original es entregándonos a nosotros mismos, del mismo modo en que Nuestro Señor Jesucristo se entregó a si mismo en obediencia, en sufrimiento y en humildad en la Cruz. Es la razón por la cual los Santos llegaron a amar la Cruz; no sólo la llevaron como victoria sobre el pecado, sino que llegaron hasta amarla: San Francisco de Asís amó la Cruz, en eso podemos ver la mentalidad de los Santos acerca de la Cruz. Quien quiera ser como Nuestro Señor Jesucristo, quiere sufrir con Él, quiere ser rechazado como Él, porque entiende el misterio de la Cruz, como el único modo de amar a Dios. Es también la razón por la cual los sacerdotes llegan a ser sacerdotes, por la que los jóvenes seminaristas son impulsados a amar a Dios y a entregar sus propias vidas por amar a Dios, por la cual las jóvenes quieren ser religiosas; es porque entienden que la vía de la Cruz es la manera de amar a Dios, abrazando una vida de privación, una vida de sacrificio para cumplir con la misión de la Iglesia de amar a Dios. En muchos casos, por amor a Dios, sacerdotes y religiosas aceptan la muerte, como muchos misioneros en el Siglo XIX, en China, en África, en Japón y otros lugares; así como en tiempos del Siglo XVI y XVII, cumpliendo con la misión de la Iglesia. Así, en cierto sentido, la Santa Cruz es el alma de la Iglesia, lo que anima la Iglesia. Esta imitación de la Cruz de Cristo en el perfecto amor a Dios.

Hemos tratado de estos dos aspectos de la Cruz: La victoria sobre el pecado y el perfecto amor a Dios. De este modo, cada uno debe cargar su cruz de todos los días, para cumplir con su victoria sobre el pecado y su perfecto amor a Dios. El enfermo debe sufrir su dolor, el anciano su debilidad, el pobre su pobreza, el soldado la dureza de la guerra, los ciudadanos acaso un gobierno tiránico, un esposo debe sufrir un esposa difícil y una esposa un esposo difícil, los padres deben sufrir a sus hijos, los hijos deben soportar la disciplina, el diligente debe sufrir al indolente y el indolente al diligente, quienes son inteligentes deben sufrir al débil mental, los que viven deben sufrir la pérdida de sus seres queridos, el moribundo debe sufrir el dejar a los que viven, la viuda debe sufrir su soledad, el orgulloso debe sufrir su humillación, el flojo debe sufrir trabajar, los casados deben sufrir el matrimonio, el libidinoso debe sufrir la castidad, el casto debe sufrir la tentación; cada uno, en este estado de vida, debe cargar la Cruz de su propio estado de vida; esta es nuestra victoria sobre el pecado, y este es nuestro perfecto amor de Dios. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.

 A esta homilía de S.E., quisiera yo agregar estas palabras de Nuestro Señor Jesucristo hablando a Ananías de su “vaso escogido”, el fariseo Saulo, convertido camino a Damasco, mientras creía servir a Dios persiguiendo a Jesucristo en las personas de los cristianos: “ Yo le mostraré cuántas cosas le convendrá padecer por mi nombre” (Hch 9, 16). Ya sabemos que, habiendo sido enemigo y al final de su extraordinaria actividad apostólica, murió martirizado y decapitado en Roma bajo el gobierno de Nerón; él mismo evangelizaba predicando que “por muchas tribulaciones nos conviene entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22). Los santos han dado en llamar al camino de la Cruz como “El camino real de la Santa Cruz”; Tomás de Kempis dice: «…¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los santos pasó por el mundo sin cruz? Nuestro Señor Jesucristo, por cierto, mientras vivió, no estuvo una hora sin dolor de pasión. Porque convenía que Cristo “padeciese y resucitase de los muertos, y así entrar en su gloria” (Lc 24, 26). Pues ¿Cómo buscas tú otro camino sino este camino real de la santa cruz? Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, y tú, para ti ¿buscas holganza y gozo?» (Imitación de Cristo, Libro II, cap. XII). El mismo San Pablo declara: “…nosotros predicamos a Cristo crucificado, en verdad escándalo para los judíos y necedad para los gentiles” (1 Co 1, 23); el camino real de la Santa Cruz, por cierto, es del todo contradictorio con el carácter que ofrece el mundo, diríamos que ambos caminos llevan en direcciones opuestas, pues el modelo de vida que el mundo ofrece es, justamente, la exención de todo sufrimiento, de todo dolor, de toda aflicción, de toda adversidad y sacrificio; más bien nos dicen que se trata de huir de todo aquello y de gozar lo más que se pueda, lo cual no es, ni victoria sobre el pecado ni perfecto amor de Dios, sino amor de sí mismo.


“Si en algo falto a la doctrina y fe católicas agradeceré de corazón corregirme”
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«Mysterium Fidei»

Elevación II

…HOC EST CORPUS MEUM…HIC EST ENIM SANGUIS MEUS NOVI TESTAMENTI MYSTERIUM FIDEI QUI PRO VOBIS ET PRO MULTIS EFFUNDITUR IN REMISSIONEM PECCATORUM”

La Eucaristía fue instituida por Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena como verdadero y propio sacramento, distinto y más excelente que los demás. (De fe divina y definida). Sabemos que los sacramentos son signos (algo que posee un significado para representar otra cosa) sensibles (perceptibles por los sentidos, como el agua, el pan y el vino, etc., y las palabras) instituidos por Nuestro Señor Jesucristo para significar (Ej., el bautismo que lava el cuerpo significa la purificación del alma, que queda limpia del pecado original) y producir en nuestra alma la gracia santificante donde no la hay (la gracia primera: el Bautismo y la Penitencia) o su aumento donde ya existe (la gracia segunda – La Eucaristía, la Confirmación, el Orden, la Extremaunción, el Matrimonio).

La Eucaristía, católica y única, puede ser considerada como sacrificio y como sacramento.
1. Como sacrificio es la Santa Misa, que consiste en “el sacrificio incruento de la Nueva Ley que conmemora y renueva el del Calvario, en el cual se ofrece a Dios, en mística inmolación, el cuerpo y la sangre de Cristo bajo las especies sacramentales de pan y vino, realizado por el mismo Cristo, a través de su legítimo ministro, para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos los méritos del sacrificio de la cruz.”
Ahora, el sacrificio de la cruz y el sacrificio del altar son uno solo e idéntico sacrificio, sólo se diferencian en el modo de ofrecerse: cruento el de la cruz, incruento el del altar.
2. Como sacramento es la Comunión, que consiste en “el acto de recibir el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies de pan y vino”. Es necesaria con necesidad de precepto divino (por las palabras de Cristo en Jn 6,54: “En verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”) y eclesiástico.

El Concilio de Trento ha definido: “la Misa es de tanta pureza y está tan libre de error, que nada hay en ella que no exhale santidad y piedad exterior, y que no eleve a Dios los espíritus de los que ofrecen” (Sesión XXII, cap. 4)
La misa romana fue codificada por un Papa Santo, justamente por San Pío V, de una vez y para siempre, esencialmente irreformable (prohibición de alterar su sustancia) como arma eterna contra las herejías, es decir contra la verdad revelada. Sin embargo, actualmente, los católicos siguen una “nueva liturgia”, de carácter subversivo (contra la Ley Canónica), totalmente asimilada a la “Cena” protestante.

Cuando vemos un altar pensamos en un sacrificio y en el sacerdocio, términos inseparables. Sin embargo, cuando vemos una mesa pensamos en una comida, pues las comidas se sirven en mesas. En la nueva misa del Novus Ordo montiniano, la idea de sacrificio desaparece, y es «luteranamente» sustituido por “cena”, es decir, comida.

El objetivo de destruir la Misa católica por parte de los “nuevos reformadores» de la nueva iglesia conciliar, es el de poner la Iglesia Católica al servicio del falso ecumenismo, basado en el indiferentismo (es decir, una religión es tan buena como cualquier otra), que niega la existencia de una verdadera y única Iglesia, imaginando una cierta “verdadera” «iglesia de Cristo» que será futura, que aún no existe, pues aún no se ha alcanzado la unión cristiana “ecuménica” y declarando, en Lumen Gentium n. 8, una explícita herejía: que la Iglesia Católica no es el Cuerpo Místico de Cristo ni es la única y perfecta Iglesia de Cristo, tan sólo «subsiste» en ella; ya se comprende que lo que «subsiste» en algo es distinto e imperfecto con relación a ese algo más amplio, a saber, una futura «iglesia de Cristo». La nueva “misa” fue compuesta para trasladar a los creyentes desde la “religión católica” hacia la nueva “religión ecuménica”, es decir hacia esta nueva religión subjetivista (sin verdades objetivas, sin dogma), iluminista (la razón al puesto de la autoridad de Dios que revela), naturalista (carente de la continua y permanente asistencia de Espíritu Santo prometido por Jesucristo a su Iglesia, de la autoridad de Cristo sobre el legítimo Papa y carente de los canales de la gracia, que son los sacramentos) librepensante (a la medida de la mera opinión humana, independiente de la Regla de la Fe y basada en el «libre examen» luterano) y humanística (la religión del culto del Hombre inaugurada solemnemente y oficialmente por Pablo VI en su famoso discurso de clausura del Vaticano II).

La Misa católica y la “misa” del Novus Ordo ecuménico – en adelante N.O. – representan, significan y expresan dos religiones distintas, aunque esta última no es propiamente una religión, pues es hija de lo bajo (el hombre) y no de lo alto (Dios).

El Novus Ordo Missae (la nueva misa) con la Ordenación General (OG), que es su introducción, fue publicado por Pablo VI por medio de la Constitución Apostólica Missale Romanum (3 de Abril de 1969).  En el número 7 de la OG Pablo VI defino la nueva misa como: «La sagrada sinaxis o asamblea del pueblo de Dios reunido en común, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. Por lo tanto, para la asamblea local de la santa Iglesia vale en grado eminente la promesa de Cristo: ‘Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’ (Mt. 18, 20)». Vemos que la definición se remite a una “Cena”. Los Cardenales Ottaviani y Bacci, en su célebre documento Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae, explican que «tal “cena” está constituida por la reunión de los fieles bajo la presidencia del sacerdote, y consiste en la renovación del memorial del Señor…, pero todo esto no implica ni la Presencia Real, ni la realidad del Sacrificio, ni la sacramentalidad del sacerdote consagrante, ni el valor intrínseco del Sacrificio Eucarístico, el cual no depende en absoluto de la presencia de la asamblea». De hecho un verdadero sacerdote católico puede celebrar válidamente la Misa católica sin la presencia de la asamblea. Y continúa, «esta Cena no implica ninguno de aquellos valores dogmáticos esenciales de la Misa que constituyen su verdadera definición». Por lo demás, al afirmarse “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20), se coloca en preeminencia a la presencia espiritual de Cristo, por sobre el orden físico o sustancial de la presencia real eucarística. Es decir «se pone el acento en la Cena o memorial, pero no en la renovación incruenta del Sacrificio del Señor realizado en el Monte Calvario».

Los innovadores, llevando al pueblo fiel a la práctica de un culto anticatólico y a la profesión del error (lastimosamente para la perdición de los católicos) han borrado y aniquilado el carácter sobrenatural de la liturgia católica, orientada a Dios y de Él recibida, e instalando en su lugar un mero afán por simple industria humana, en concordancia con la “Religión del hombre” por ellos oficialmente proclamada (cfr., Pablo VI, Discurso de clausura del Concilio Vaticano II; Gaudium et Spes, ns. 11 y 22). Es el omnipresente humanismo. Por ejemplo, en el nuevo culto, sacrílego y cismático, de la “nueva misa”, las oraciones de preparación recitadas al Pie del Altar por el sacerdote, que se prepara para “Entrar al Altar de Dios” (Introibo al altare Dei) fueron sustituidas por algunas palabras de bienvenida dirigidas a los fieles – no a Dios – (“La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”); es claro que la importancia recae sobre la asamblea reunida, no sobre Dios; el carácter sobrenatural de lo que ocurrirá es oscurecido por la centralidad en la gente, en la comunidad humana, que se constituye en centralidad. En 1991, el Padre Anthony Cekada publicó un estudio titulado “The problems with the prayers of the Modern Mass” (Los problemas con las oraciones de la Misa Moderna), en el cual, tan sólo en el aspecto doctrinal de las oraciones, se evidencia el impresionante abandono de la fe católica por parte de la misa de Paulo VI. Sin embargo, es esta entrada podemos citar un segundo ejemplo (de tantos): siempre al pie del Altar (antes de acercarse a éste) el sacerdote, en la Misa Católica, recita el “Confiteor” (Yo confieso): “Yo, pecador me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado san Miguel Arcángel, al bienaventurado san Juan Bautista, a los santos Apóstoles Pedro y Pablo, a todos los Santos…” En la “nueva misa” la bienaventurada siempre Virgen María, el bienaventurado san Miguel Arcángel, el bienaventurado san Juan Bautista, los santos Apóstoles Pedro y Pablo y todos los Santos han sido eliminados y reemplazados por “y a vosotros, hermanos”, negando la Comunión de los Santos (artículo de Fe del Credo de los Apóstoles que recitamos los católicos) y trasladando la centralidad a la asamblea allí reunida (“a vosotros, hermanos”). En ambos casos (insisto, ¡entre tantísimos!), que son tan sólo una muestra del desastre, no hay conflicto de “fe” para ningún protestante, pues éstos niegan la “intercesión de los santos” y sostienen la principalidad de la asamblea.

El católico tiene una grave razón de principio, que concierne directamente a la pureza de la Fe, para rechazar la “nueva misa” en comunión (“una cum”) con el “papa” del Novus Ordo (Bergoglio, actualmente), absteniéndose de asistir a ella (como no sea sólo, y tan sólo, en razón de algún inexcusable compromiso social – no como católico – y declarando explícitamente que asiste sin participar). Con Monseñor Michel Louis Guérard des Lauriers, coautor del “Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae” (1969) – en adelante (BEC) – (cfr. Entrevista Mons. Guérard des Lauriers, Sodalitium Nº 13, Mayo 1987) decimos que, en caso de asistir y participar, se incurre en el delito sacrilegio y en el delito de cisma. El problema es que, como están las cosas en la actualidad, al menos el 90% de los fieles no comprende o no considera ni la importancia, ni la gravedad de la “misa una cum (Bergoglio)”.

Gravedad que consiste en:
1. El delito de sacrilegio. La razón es que, la expresión “una cum” afirma que  Bergoglio,a. Francisco, es “uno con” (una cosa con) la Iglesia de Jesucristo, una, santa y católica. Lo cual es un error, ya que Bergoglio persiste en enseñar y promulgar la herejía, luego no puede ser el Vicario de Cristo ni ser “una cosa sola” con la Iglesia de Jesucristo. Vemos que la “misa una cum” expresa un error que concierne a la Fe. Siendo la Misa, una acción sagrada por excelencia (el sacerdote oficia “in Persona Christi”) entonces, si el acto vulnera lo sagrado está hipotecado por el delito de sacrilegio.
2. El delito de Cisma Capital (por tratarse de un delito que afecta a la Cabeza, a saber, al ocupante de la Sede de Pedro). Porque, “una cum”, significa que, celebrando el Sacrificio de la Misa, se celebra en unión con y bajo la dependencia del ocupante de la Sede de Pedro quien, actualmente, se encuentra en estado de Cisma Capital, ya que ha decidido no ser la Cabeza de la Santa Iglesia de Cristo, sino de otra institución, que se ha dado en llamar ecuménica, post-conciliar, del Novus Ordo, etc., pero ya no Católica.

Así pues, he aquí algunas razones que nos obligan a rechazar la “Nueva Misa”:
• La Nueva Misa no manifiesta, como la Misa Católica, nuestra Fe en la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo. El BEC, n. II, dice: «la definición de la Misa se reduce a una “cena”…Esta cena se describe, además, como asamblea presidida por el sacerdote, para realizar “el memorial del Señor”, que recuerda lo que se hizo el Jueves Santo. Todo esto no implica ni Presencia Real, ni realidad del Sacrificio». Por el contrario, el Sacrificio de la Misa es un verdadero sacrificio propiciatorio y no una simple y protestante conmemoración del sacrificio de la Cruz (Cfr. D. S. 1753)
• Porque, tal como emana de la segunda parte de la definición del N.O., confunde la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía con la presencia en la Palabra de la Biblia y su presencia espiritual en medio de los fieles, de fuerte sabor protestante.
• En la misa ecuménica se inserta la “oración de los fieles”, la cual subraya: “el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal” (Instrucción General del Misal Romano [IGMR] Nº 45); con lo que se presenta el sacerdocio común de los fieles de modo autónomo, omitiendo su subordinación al del sacerdote, siendo que el sacerdote consagrado es el mediador de todas las intenciones del pueblo en el Te igitur y en los dos Memento. Luteranos y calvinistas afirman que todos los cristianos son sacerdotes y que, por lo tanto, todos ofrecen la Cena.
• En el ordenamiento de la “Nueva Misa” participaron seis pastores protestantes: George, Shephard, Konneth, Smith y Thurian, quienes representaban al Consejo Mundial de las Iglesias, la Iglesia Luterana, la Iglesia Anglicana y la Comunidad Protestante de Taize. De hecho, Max Thurian, protestante de Taizé, afirma que, uno de los frutos de la Nueva Misa, «será talvez que las comunidades no católicas podrán celebrar la santa cena con las mismas oraciones de la Iglesia Católica. Teológicamente es posible” (La Croix, Mayo de 1969).
• Porque así como Lutero suprimió el Ofertorio, pues en éste se expresaba claramente el carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa, así también la misa de Paulo VI (La Nueva Misa) lo reduce a una simple preparación de las ofrendas.
• Porque favorece la afirmación protestante de es la fe de los fieles, y no la palabra del Sacerdote, lo que causa la presencia de Cristo en la Eucaristía.
• Porque la Nueva Misa hace entender que el pueblo “concelebra” con el Sacerdote, lo cual es contrario a la teología católica. En la “Plegaria Eucarística III” hasta se llega a decir al Señor: «No dejas de congregar a tu pueblo, para que desde la salida del sol hasta el ocaso sea ofrecida una oblación pura a tu nombre». El BEC considera que, este “para que” (ut), indica que el pueblo, más que el sacerdote, es el elemento indispensable para la celebración; y como tampoco, en este lugar, se precisa quién es el que ofrece, [resulta que] se presenta al propio pueblo como investido de un poder sacerdotal autónomo. En la Misa Católica, por el contrario, el que celebra, el que ofrece y el que sacrifica ese le sacerdote, consagrado para esa función, y no la asamblea del pueblo de Dios (Cfr. D. S. 1752).
• Porque el tono “narrativo” de la ¿consagración?, de naturaleza protestante, en vez del tono de intimación, hace pensar de que no se trata de un Sacrificio, sino tan sólo de una memoria de la Cena, y que la Misa no es más que un banquete de congregados bajo un presidente, un sacerdote, justamente. Todo esto se demuestra por otras innovaciones y señales: el altar reemplazado por una mesa, el sacerdote enfrentando la asamblea (a la cual, según la doctrina neotérica, se debe como presidente, o delegado), la Comunión de pie o en la mano, etc.
• Porque la Nueva Misa posee errores condenados infaliblemente por el Concilio de Trento, como por ejemplo, la Misa oficiada en lengua vernácula (no en la lengua sagrada de la Iglesia Católica Romana) dando origen a tantísimos excesos y extravagancias, las palabras que son la forma de la Consagración dichas en voz alta (en modo narrativo).
• Porque, negando la Presencia Real y para no ofender el “espíritu ecuménico”, se han atrevido, escandalosamente, a desalojar el Tabernáculo del Altar, y lo han extrañado a un lugar apartado, casi escondido o, en definitiva, escondido del todo. Ya no es el Tabernáculo lo que centra de inmediato la atención, sino una mesa despojada y desnuda (BEC); es decir, hay que esconder la Presencia de Cristo, pues la Nueva Misa es un oficio meramente naturalista, sin Cristo, incapaz de elevarse al cielo, es la gloria del hombre, no la Gloria de Dios, es un servicio desde el hombre hacia el mismo hombre – tal como ya lo hemos descrito en una entrada anterior, y lo hemos recordado ahora – referida a la “Religión del hombre”, inaugurada oficialmente por Paulo VI en el discurso de clausura del Concili-ábulo, y que ha desplazado a la Religión Revelada. Por el contrario, «Separar el Sagrario del Altar es separar dos cosas que tienen que permanecer unidas por su origen y naturaleza» (Pío XII, Alocución al Congreso de Liturgia, 18-23 de Septiembre de 1956).

Con el Breve Examen Crítico podemos decir,
«En conformidad con las prescripciones del Concilio de Trento, el Misal Romano de San Pío V impidió que se pudiera introducir en el culto divino ninguno de los errores con que la Reforma protestante amenazaba la Fe.
«Los motivos de San Pío V eran tan graves que nunca antes y en ningún otro caso estuvo más justificada la fórmula y la ocurrencia casi profética con que concluye la Bula de promulgación del Misal Romano (Quo Primum, 14 de Julio de 1570), que infaliblemente decreta: “Pero, si alguien presumiera intentarlo [alterar las disposiciones fijadas en esta Bula, n.d.r; tal como lo han hecho los actuales “reformadores” que se dicen católicos, pero no lo son] sepa que incurrirá en la indignación de Dios Todopoderoso y de sus Santos Apóstoles Pedro y Pablo”.

En la presentación oficial del Novus Ordo Missae en la sala de prensa del Vaticano, se ha llegado al atrevimiento de afirmar que las razones invocadas por el Concilio de Trento ya no valen ahora

Y bueno, no nos engañemos; cuando la religión conciliar del Novus Ordo, que se hace llamar católica, celebra (con la asistencia de tantísimos y tantísimos creyentes que no se instruye sobre lu fe y que, pasivamente concurre a este culto) lo que, en su propia definición de misa, llaman la Cena del Señor, lamentablemente sólo se recibe nada más que pan y vino, pues la Nueva Misa de Pablo VI, apartando la Presencia Real y suprimiendo, por principio, el Sacrificio y reemplazando al Sacerdote por un simple “presidente” entre iguales compromete, en consecuencia, la Consagración y la Comunión; en definitiva la Nueva Misa no tiene ni altar, ni sacerdote sacrificante ni sacrificio.

Este trágico y doloroso momento nos trae a la mente el gran Papa que codificó la Misa Católica, irreformable en su esencia, de una vez y para siempre, San Pío V; y a él dirigimos nuestra súplica implorando su poderosa intercesión ante Dios, Nuestro Señor, para que abrevie los días de nuestras aflicciones y restablezca prontamente entre nosotros la sagrada Liturgia:

«¡Oh, Dios, que te has dignado elegir al beato Pío
como Sumo Pontífice para vencer a los enemigos de Tu Iglesia
y para restaurar el culto divino,
haz que nosotros nos consagremos de tal manera
a Tu servicio que podamos vencer las insidias
de todos los enemigos y alcanzar la paz eterna!»


Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!