¿Te Deum, aut potius Kyrie Eleison?

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     Hay que decir que el Te Deum, en plenitud, es un himno propiamente católico; este excelso himno data del siglo IV en la liturgia de la Iglesia, vinculado a San Ambrosio, a San Agustín y a Nicetas de Remesiana, mártir. En su quinta estrofa proclama «Te per orbem terrarum Sancta confitetur Ecclesia..» Es decir es la Ecclesia Una, Sancta, Catholica, Apostolica et Romana la que proclama a Dios por todo el orbe de la tierra, y no otra «iglesia» o denominación cualquiera.

     Son pocas las naciones que, como Chile, celebran un Te Deum con motivo de sus fiestas nacionales. En el caso de nuestra Patria, esta tradición se remonta hasta los mismos albores de nuestra vida independiente, celebrándose, también, con motivo de la asunción del mando por un nuevo presidente.

     Dejando los aspectos históricos ¿qué más podemos agregar? Pues, que en el estado actual de las cosas, mucho. De partida, es un abuso adjudicar, asimilar, homologar o analogar, en forma impropia y genérica, cualquier «acción de gracias» de cualquier «iglesia» al único y verdadero Te Deum católico. Hay que decir, por lo demás, que este himno no es, en estricto rigor, un himno de acción de gracias, sino de alabanza.

     Ahora bien ¿tenemos en Chile un Te Deum? La respuesta es NO, y ¿desde cuándo no lo tenemos? Pues a partir del primer Te Deum celebrado con la «misa una cum famulo tuo Papa Nostro Paulo VI» celebrado en Chile según el Novus Ordo Missae promulgado por Montini. Ya nos hemos referido, en este mismo Blog (cfr., el post ¿Por qué la Sede está vacante? 5-3-2014) a las razones que invalidan la «nueva misa» tanto en sí misma considerada como en su específico aspecto de ser celebrada en unión con («una cum») los pontífices de la iglesia ecuménica-conciliar; tan sólo recordemos que esta «misa» está hipotecada por los delitos de «sacrilegio» y «cisma», ya que estos pontífices han impedido la recepción de la Autoridad de Cristo y no son los legítimos Papas de la Iglesia.

     Pero hay más. San Pablo dice «Sine fide autem inpossibile placere credere enim oportet accedentem ad Deum» (Hb 11,6) es decir, sin la fe es imposible agradar a Dios, de modo que aquel que se acerca a Dios debe creer. Luego, todo acto privado o público dirigido a Dios (excepto el infiel que es movido a la Fe por la gracia excitante del mismo Dios) exige la Fe. Y aquí ya estamos en serios problemas. Vemos, así, que un verdadero Te Deum, capaz de llegar hasta el cielo y ser agradable a Dios, necesita «sine qua non» ser celebrado en La Fe y por la sola Iglesia por Él fundada.

     En nuestro Chile, hoy por hoy, se celebran, con motivo de las Fiestas Patrias, dos «Te Deum»: Desde 1975 el llamado Te Deum «Evangélico», por disposición de Augusto Pinochet, denominado propiamente «Servicio de Acción de Gracias» y, desde 1971, el Te Deum «Ecuménico», a solicitud de Salvador Allende con el beneplácito del «cardenal» «Novus Ordo» Raúl Silva Henríquez, cuya denominación oficial actualmente es «Oración ecuménica por Chile y su nuevo gobierno». Así están las cosas. Observamos que NO se habla ya, oficialmente de Te Deum. Esto acontece porque los adherentes a la iglesia evangélica están conscientes de no ser católicos y, por su parte, tanto la jerarquía como los fieles de la iglesia conciliar, también están conscientes de no pertenecer ya a la Iglesia Católica; así que ambos celebran otro rito, al que abusivamente y mediáticamente se le da impropiamente el nombre  de «Te Deum».

     Ninguna de estas dos «iglesias» ya nombradas tienen la capacidad de elevar a Dios cualquiera de sus ritos, ya que ninguna de ellas es el Cuerpo Místico de Cristo, ninguna de ellas es la sola Iglesia fundada por el mismo Cristo. Ambas son delirantes inventos humanos, creadas por la sola sugestión humana: una, inicialmente, por Lutero y los «reformadores», la otra por la «jerarquía» modernista. Una, data del siglo XVI, la otra desde 1965, a partir de la promulgación del último documento del concilio Vaticano II. Ambas, condenadas por la Iglesia (Lutero condenado por León X, y la iglesia conciliar fue condenada «en advance» por Pío XI con su Encíclica «Mortalium Animos»). Carecen de la Fe; en efecto, éstas sostienen que no es necesario creer en todo lo que Dios ha revelado, y sostienen, además, que la fe es tan sólo una confianza o un sentimiento personal del corazón: por ej., para la iglesia inaugurada por Lutero y sus denominaciones, la Misa no es un verdadero sacrificio y, entre otras herejías, niegan la transubstanciación de la hostia consagrada en el Cuerpo y Sangre de Cristo, niegan, así, la Presencia Real; a su vez, para la iglesia conciliar-ecuménica, entre otras herejías, niegan que la Iglesia Católica, fundada por Cristo sobre Pedro, sea la Iglesia de Cristo con sus notas visibles (Una, Santa, Católica, Apostólica) sino que ella está compuesta por múltiples iglesias, las cuales, algún día, formarán la «iglesia de Cristo». Sabemos que quien dice «yo decido creer en esto, pero no en aquello», ipso facto pierde TODA la Fe sobrenatural, reemplazando la autoridad de Dios que revela por una mera opinión humana; es como decir a Dios «mira, voy a creer sólo en esto y en esto, pero dejaré lo otro (p.ej., el Primado de Pedro) pues creo que te equivocas y me engañas».

     Luego, ya podemos advertir que nuestra hermosa Patria Chilena no puede, en el estado actual de las cosas, elevar públicamente a Dios  el incienso puro y aromático de la Liturgia agradable al cielo, porque las «liturgias» Evangélicas y Ecuménico-conciliares son simples celebraciones naturalísticas, que en el ámbito naturalista y humanista se quedan; no sólo no glorifican a Dios, sino, además, son aborrecidas por Dios. Sus iglesias son meras organizaciones sociales.

     Por lo demás, me pregunto, ¿qué debiera Chile agradecer a la Santísima Trinidad? ¿Acaso una presencia cada vez más arraigada de Cristo Rey en sus instituciones, leyes, escuelas y hogares? Absolutamente NO; por el contrario, escuchamos sin cesar el eco de aquella grotesca imprecación del  pueblo judío, azuzado por los jefes del Sanedrín y los Ancianos «¡No queremos que éste reine sobre nosotros!». ¿Qué acto de acción de gracias puede Chile elevar a Dios hoy en poder del más desordenado y galopante liberalismo que postula la absoluta soberanía del individuo y de la sociedad, con entera independencia de Dios y de su autoridad – por lo demás, también condenado por la Iglesia (Pío IX, en numerosos Breves, Alocuciones y, finalmente, en el Syllabus) ¿Qué podemos, digo, agradecer a Dios públicamente cuando profesamos una total apostasía y, como nación, apostatamos abiertamente la Fe?

     Atrás quedaron las recientes Fiestas Patrias, con sus solemnes e impotentes «te hominem». En verdad más que acciones de gracias deberíamos elevar un profundo Kyrie Eleison, e implorar por misericordia y perdón: «QUÆSUMUS DOMINE DEUS, PROPTER NOSTRAS OFFENSAS NOLI NOS RELINQUERE!»


“Christus Vincit, Christus Regnat, Christus Imperat!”

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La Fe y la Gracia en la situación actual de la Iglesia

Sacramentos

     Una de las situaciones más aflictivas y uno de los dolores más apremiantes – después de perder la caridad por el pecado mortal – para un católico es carecer de los canales regulares de la gracia, necesarios tanto para recuperar el estado de justicia cuando lo perdemos como para conservarlo cuando lo tenemos y perseverar en éste hasta el fin.

     El justo posee un organismo natural, común a todos los hombres – cuerpo, alma y facultades naturales (la razón y la voluntad) con sus operaciones – ordenado a su perfección natural; y un organismo sobrenatural – alma, gracia santificante y virtudes y dones del Espíritu Santo con sus operaciones – ordenado a su fin y perfección sobrenaturales.

     Sabemos también, contra el error de De Lubac, que nada hay en la naturaleza del hombre que exija o reclame el orden sobrenatural. Por lo tanto la elevación a este orden sólo puede ser recibido como gracia de parte de Dios, toda vez que supera infinitamente las exigencias de nuestra naturaleza.

     Así mismo sabemos que el hombre, cuando ha perdido en su alma la gracia, es como un “cadáver” espiritual, puesto que queda privado de la causa formal de la vida sobrenatural (así como lo es el alma con relación al cuerpo en la vida natural, el cual muere si aquélla se separa de él); y por lo tanto nada puede merecer en cuanto a su santificación ni a su salvación mientras permanece en aquel lamentable estado, ya que el hombre, con sus solas fuerzas naturales, no puede producir obras meritorias para la vida eterna: el mérito supone la gracia.

     El pecado, en tanto «aversio a Deo et conversio ad creaturas» (aversión a Dios y conversión a las criaturas), siendo el único mal verdadero que puede sufrir el hombre, a modo de “suicidio espiritual” del alma, es también lo único que nos priva de la gracia, raíz de la vida divina; junto a esta pérdida y grandísima ruina perdemos también todo mérito sobrenatural. El hombre, en el origen, fue privilegiado con el estado de justificación por Dios pero, con su prevaricación perdió el estado de gracia y el derecho a la gloria los cuales, en virtud de la obra redentora de Jesucristo, podemos recuperar tan sólo por dos medios, que son los llamados sacramentos “de muertos (espirituales)”: el Bautismo en el inicio de la justificación y el sacramento de la Confesión si acaso volvemos a caer ya bautizados.

     Ahora bien, volviendo al principio de esta entrada, no puede ser más aflictiva la actual situación que aqueja al católico, a causa de la orfandad en que nos encontramos por la defección post-conciliar de la Autoridad en la Iglesia, en cuanto a la distribución de los medios de salvación y canales de la gracia divina, cuales son los Sacramentos. En efecto, siendo imposible perseverar en la justificación sin el constante auxilio de la moción divina en el alma, el acceso a sacramentos válidos es, literalmente, “vital”; tanto con relación a los sacramentos “de muertos” (el Bautismo y la Confesión) necesarios para obtener la gracia y para recuperarla, como con relación a los sacramentos “de vivos” (El Orden, La Eucaristía, la Confirmación, la Unción de los enfermos y el Matrimonio) para conservar, alimentar y desarrollar la perfección cristiana. Todos estos medios de santificación pudo Cristo dispensarlos directamente, sin embargo quiso administrarlos por medio de una institución fundada directamente por Él, la Iglesia Católica, en la cual los depositó para todo el que crea se salve. Siendo Cristo el autor de los sacramentos y el ministro invisible de su Iglesia (Él es quien bautiza, quien confirma, quien perdona, etc., aunque por medio de hombres que Él estableció en el sacramento del Orden como ministros externos) puso sobre su Iglesia, que Él gobierna invisiblemente por medio del Espíritu Santo, a un hombre como su Vicario y Ministro visible, es decir a Pedro y sus sucesores. Luego, hay sólo una realidad donde se encuentra el depósito de la revelación y de la gracia, ésta es la Iglesia fundada sobre Pedro y en unión con él.

     El problema está en que actualmente, con excepción del Bautismo y, probablemente, del Matrimonio, quien quiera profesar la Fe y recibir los auxilios divinos sin los cuales nada meritorio podemos en el orden sobrenatural, se encuentra ante una trágica dificultad. Por un lado están los católicos «costumbristas» que, ya sea por pasiva confiabilidad o por ignorancia culposa, siguen incondicionadamente tanto las enseñanzas como la liturgia de la «iglesia conciliar», por otro lado están (potencialmente) quienes quisieran convertirse o profesar la religión católica y también, en fin, los católicos que quieren mantenerse fielmente e integralmente católicos y que, para ello, encuentran un impedimento insalvable para unirse a la iglesia oficial. El primer grupo cree seguir la sana doctrina y recibir sacramentos válidos, hipotecando descuidadamente y negligentemente su santificación y su salvación. El segundo grupo, si instruido, no sabrá adonde recurrir para encontrar el depósito de la Fe, la regla de la Fe, y los sacramentos. El tercer grupo, sabiendo que la Iglesia Católica es indefectible, llorará no tener fácil acceso al Pusillus Grex Militans, es decir al «Pequeño Rebaño Militante» que mantiene la Missio, aunque no la Sessio, en orden a recibir válidos sacramentos.

     Y ¿cuál es la causa de toda esta situación tan aflictiva y sin precedentes en la historia de la Iglesia Militante? Esto se debe a que la Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia Católica, al menos desde la promulgación de los documentos del Concilio Vaticano II, quedó casi escondida y velada, reducida a un puñado de obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, pero que continúa celebrando la Oblatio Munda que es el Santo Sacrificio, el cual no debe cesar hasta el fin de la historia. En cambio, no es posible seguir a la iglesia oficial, toda vez que ésta profesa otra religión (ecuménica, conciliar, o como se la quiera llamar) y no es Pedro quien la gobierna.

     Abordaré la validez de los sacramentos actualmente en una próxima entrada en este blog, así como qué hacer, en caso de no tener acceso a la Santa Iglesia Católica, confinada, desplazada de sus lugares santos, y abusivamente usurpada por los modernistas de la secta ecuménica.

     Hemos dicho que el hombre, llamado gratuitamente por Dios a la vida divina, en el actual estado de naturaleza caída, aunque no irremediablemente perdida, necesita para del auxilio de la gracia, toda vez que el fin a alcanzar (en el orden sobrenatural: la propia santificación y la vida eterna) supera a la naturaleza – en el estado de inocencia original no eran necesarios los sacramentos, ni como remedio del pecado ni como auxilios para la perfección del alma. También indiqué que este auxilio divino quiso Dios que brotara de los méritos de la Redención y dispensado al género humano mediante signos sensibles instituidos por Nuestro Señor Jesucristo para producir la gracia de Dios en el alma humana, éstos son los Sacramentos que han de ser válidos y administrados en la fe católica y en la única institución divinamente constituida, la Iglesia Católica.

     Hasta aquí todo funcionaría fluidamente y regularmente, y todo acontecería como en tiempos normales, si la Santa Iglesia Católica, a causa de la defección de la autoridad entregada a las insidias del enemigo de Dios y del hombre, no hubiese sido empujada por el odio de la revolución modernista a la más trágica y lamentable de las tormentas jamás sufrida en su historia.

     En realidad, en su raíz y esencia,  el problema concierne totalmente a la Fe; en su raíz porque es el origen de las consecuencias, y en su esencia porque es la naturaleza del problema. En efecto, si la fe que profesa y comunica la iglesia conciliar ya no es la Fe católica, entonces la gracia es incomunicable, puesto que sus sacramentos serían inválidos; es decir éstos serían tan sólo ceremonias y signos que no significan ni producen la gracia en el alma; y quien se acerque a recibirlos, aunque con confiada disposición, podrían sentirse sacramentalmente receptores de la gracia en fuero interno, pero en realidad nada habrían recibido en el plano objetivo. Es así que, esta nueva religión (modernista, ecuménica, conciliar, etc.) necesita una nueva iglesia con una nueva doctrina, nueva disciplina (nuevo código de derecho), nuevo culto (la cena del Señor, no el Sacrificio) y nuevos «sacramentos».

     Exponer la no catolicidad de los contenidos a creer de esta nueva fe escapa, por ahora, al espacio de la presente entrada; sin embargo podemos ahora referirnos a la nueva liturgia y a los nuevos sacramentos, y así advertir que no pertenecen a la fe católica (Lex orandi, lex credendi).

     La iglesia conciliar, fiel a su único dogma que es el falso ecumenismo, necesitó de nuevos sacramentos, para lo cual alteró y adulteró los sacramentos católicos, principalmente en su forma, en las ceremonias y oraciones, y en la intención. Brevemente podemos examinar este aspecto.

     Importancia y dramatismo especial reviste la situación respecto a la invalidez del nuevo sacramento del Orden, cuyo rito fue aprobado y promulgado por Pablo VI el 18 de Junio de 1968. Esto es crucial, ya que si desde aquella fecha los “ordenados” con el nuevo rito no han sido válidamente ordenados, entonces estos “ministros” no pueden hacer («haced esto…») el Sacrificio de la Misa Católica y tampoco administran sacramentos válidos, con excepción del Bautismo y, probablemente, el Matrimonio. Se comprende entonces que, demolido el Sacrificio, viciada la validez del Orden sacerdotal, destruida la sana Doctrina y viciada la validez de los Sacramentos que dependen del verdadero sacerdocio estamos, por una misteriosa permisividad divina, ante la conspiración diabólica casi perfecta, sobre todo porque, destruida la Misa y el Sacerdocio según el Orden de Melquisedec, en realidad se ha destruido casi todo.

     Existe abundancia de tratados serios y confiables de doctos autores católicos que se han ocupado de estos temas, lo cual excede largamente el espacio y la intención de este blog, comenzando por el célebre “Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae” (de fácil acceso en internet en su traducción española) que, con la impronta teológica del destacado teólogo dominico Mons. Michel Guérard des Lauriers, los Cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci presentaron a Paulo VI en 1969, para representar el abandono de la teología católica en la nueva «misa» operada por la reforma litúrgica  como producto del “concilio Vat. II”. Pretendo despertar el interés por instruirse sobre el estado actual de la religión católica, y ayudar a advertir el grave peligro de hipotecar la justificación y la salvación por comodidad, ignorancia o tibia confianza, siguiendo una falsa religión con apariencia de verdadera, por aquello de San Pablo: “Sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb 11,6) y aquello de “Si un ciego guía a otro ciego ambos caerán en la fosa” (Mt 15,14).

     No hemos nacido sino para alcanzar la vida y la gloria eternas en la clara visión de Dios; éste es el fin supremo de la vida del hombre como homo viator. Toda la vida terrena del hombre consiste en el mérito para alcanzar este fin sobrenatural que es, a la vez, su supremo bien; subordinada a este fin supremo el hombre puede también conseguir una felicidad relativa en la tierra, compatible con éste mediante el progreso en la perfección cristiana. Todo lo cual es imposible, y hasta mortífero (es decir causante de la muerte) si el hombre se adhiere al error, aunque sea por comodidad y negligencia, si sigue el error diabólicamente presentado y practicado por la secta de la nueva iglesia conciliar (la más grande secta de todas en la historia, pues cuenta con billones de adherentes en el mundo) y que abusivamente se autodenomina católica. La Iglesia integralmente Católica fue fundada personalmente por Jesucristo, Redentor de la humanidad, para conducir al hombre a la gloria eterna mediante los auxilios sobrenaturales que le dispensan los sacramentos válidos y la adhesión a las verdades de la Fe, en obediencia a su Magisterio infalible.

     ¿Qué hacer en medio del desastre, puesto que la mayoría del puñado de católicos se encuontra en la total orfandad pastoral y magisterial a causa de la privación de la Autoridad en la Iglesia?

     Para quienes no pueden acceder a los escasos Obispos, sacerdotes y templos que se mantienen fielmente católicos para recibir los medios necesarios para la vida de la gracia, quedan aún algunos recursos a los que podemos recurrir para no claudicar y, si caemos, volver a levantarnos; aunque conscientes de que, en tal estado, sólo se salvarán los más fuertes ya que la militancia es mucho más difícil.

     El Concilio Vaticano I dice “Mas porque sin la fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6) y llegar al consorcio de los hijos de Dios, nadie obtuvo jamás la justificación sin ella, y nadie alcanzará la salvación eterna si no perseverare en ella hasta el fin” (DZ 1793); es decir, quien carece de la fe viva (los no bautizados, los herejes, los apóstatas, los cismáticos, los que están en pecado mortal) carece también de la gracia y de ninguna manera se puede salvar. Además, el Concilio de Trento enseña que la fe es el comienzo, fundamento y raíz de la justificación (DZ 801): el comienzo porque establece el primer contacto entre Dios y el hombre; el fundamento porque todas las demás virtudes, incluida la caridad, presuponen la fe, de modo que sin la fe es imposible esperar ni amar a Dios (nadie ama lo que no conoce); es la raíz porque de la fe, imperada por la caridad, brotan y viven las demás virtudes. Luego, por su importancia indispensable para la vida cristiana, debemos conservar la Fe, entendida no como un vago sentimiento religioso o como una cierta subjetiva experiencia de la conciencia – como quieren los modernistas – sino como aquella “virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y la ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero todo lo que por Él ha sido revelado…por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos». Luego la Fe consiste, objetivamente, en el libre asentimiento del entendimiento, movido divinamente por Dios (no por la operación de hombre), a las verdades contenidas tanto en la palabra de Dios como transmitidas por la Tradición y que la Iglesia por su Magisterio infalible propone como divinamente reveladas. Entonces, lo primero en esta difícil situación será mantenerse firmes en la Fe católica, a la vez que huir y resistir los errores contra ella enseñados por la iglesia conciliar, errores conducentes a los más graves pecados contra la Fe, a saber, la apostasía y la herejía, miserables delitos propagados como frutos envenenados del Vaticano II.

     Una importancia especial reviste el sacramento que, por su dignidad y perfección, es el más excelente de todos, éste es la Eucaristía, porque contiene al mismo Cristo y es el fin de todos los demás sacramentos. Y aquí es donde asistimos con estremecimiento a una de las más terribles aflicciones y a uno de los más graves problemas que pone a la conciencia del católico la falsa reforma litúrgica promulgada por Paulo VI. En efecto, el católico no puede participar ni comulgar de la “misa” actual, como tampoco de la llamada Misa tradicional, pero en la cual se mencione al “papa” Jorge Bergoglio en el Canon de la Misa. La razón, en el caso la actual “misa-cena» reformada, es que tanto la definición de esta «misa», como sus fines y su naturaleza, se alejan de tal modo tanto en su conjunto como en el detalle de la teología católica de la Misa que ésta ha pasado a ser otro rito, perteneciente a otra religión. Y en el segundo caso, la Misa tradicional con mención del “papa” actual en el Canon, aunque ésta «parezca» ser la Misa católica, sin embargo, por no ser Jorge Bergoglio (ni los papas post conciliares) ni la Autoridad ni formalmente el Vicario de Cristo en la tierra, quien asista a esta misa – como lo demuestra Mons. Guérard de Lauriers – se mancha con los delitos de Cisma (por estar la iglesia oficial en estado de cisma capital) y de Sacrilegio, toda vez que participa de una acción que debiendo ser sagrada no es pura. Podemos, a lo más y por graves razones de compromisos familiares y sociales, asistir a estas “misas”, manifestando explícitamente que sólo asistimos pero no participamos.

     Tampoco debemos recurrir, con excepción del Bautismo, a los demás “sacramentos” administrados por los “sacerdotes” del denominado Novus Ordo, dado que han sido inválidamente ordenados, por lo tanto no son sacerdotes ni administran sacramentos válidos portadores de la gracia.

     En fin, tenemos al alcance de todos un valiosísimo recurso, que cobra un especial valor en el estado de privación en que nos encontramos: la oración, la cual, como enseña Santo Tomás, está dotada de cuatro efectos saludables: satisfactorio, meritorio, impetratorio y el de producir una cierta refección espiritual. Además la oración, en virtud de las promesas de Dios, posee un eficacia infalible cuando está revestida de las debidas condiciones (cfr. Mt 7,7-8; 21,22. Jn 14,13.14; 15,7; 15,16; 16,23-24. 1Jn 4,14-15); nuevamente citamos a Santo Tomás: “En consecuencia, siempre se consigue lo que se pide, con tal que se den estas cuatro condiciones: pedir para sí mismo, cosas necesarias para la salvación, piadosamente y con perseverancia” (ST, II-II,83,15 ad a.). Y entre las cosas que debemos pedir urgentemente en caso de caer en pecado mortal y en ausencia del sacramento de la Penitencia (ya sea éste actualmente inválido o administrado ilegítimamente por algún sacerdote inválidamente ordenado) es la gracia de una perfecta contrición sobrenatural para recuperar cuanto antes la amistad con Dios, que comprende el dolor y la detestación de los pecados cometidos, en cuanto son ofensa a Dios, el propósito de confesarse (aunque sea físicamente o geográficamente imposible de manera válida, ya que la contrición incluye este propósito) la reparación de la ofensa y el firme propósito de no volver a pecar.

     Y he dejado para el cierre, la excelsa y santa devoción a María, cuyos títulos y grandezas derivan del magnífico hecho de su maternidad divina. La inmaculada y llena de gracia (donde está la plenitud de la gracia no existe el pecado, ni actual ni original), divinamente asociada a la obra de redención de la humanidad, Reina de cielo y de la tierra, y Mediadora universal de todas las gracias. Como enseña San Luis María Grignion de Montfort la verdadera devoción a María conduce a la unión con Nuestro Señor; y afirma que éste es el camino más fácil, más breve, más perfecto y más seguro para llegar a Él. Entre las devociones a María, ocupa un lugar privilegiado la devoción del Santísimo Rosario; éste es la devoción mariana por excelencia, clara señal de justificación para quien lo rece devotamente y diariamente, prenda de múltiples gracias, incluida la asistencia en la hora de la muerte como ella misma lo prometió a Lucía en Fátima


Christus Vincit, Christus Regnat
Christus, Christus Imperat!”