Novus Ordo, nova «fides»: Artículo I del Credo. Creatio ex nihilo?

Kenosis

«Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible…»

En la entrada anterior manifesté que los católicos nada tenemos en común con la «magna-secta-ecuménica», encabezada desde 1958 por los ocupantes de la Sede petrina. Podemos continuar ahora confrontando nuestra Profesión de Fe Apostólica y católica con los nuevos contenidos de la «nueva fe», de la segura mano de nuestro «Doctor Communis».

El punto-bisagra puede ser la insólita enseñanza de Bergoglio «Dios no existe», puesto que él sólo cree en cada una de las tres Personas. Si esto es así ¿Qué exégesis nos ofrecerá este «creyente» sobre Juan 1, 1-3 en que Dios revela que «En el principio ya era la Palabra, y aquel que es la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho«; además, hay que insistir en que, por la Revelación divina (Locutio-Dei), la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, sabemos que Dios es uno solo en substancia, en tres Personas divinas. Bueno, todo indica que, en la enseñanza de la magna-secta, las cosas no son tan así.

«…en segundo lugar [debemos creer], que este Dios es el creador que ha hecho el cielo y la tierra, las cosas visibles y las invisibles» (Santo Tomás, Credo Comentado, n. 22), cf. Jn 1,3. Además, «Dios, en cambio, es la causa universal de todas las cosas, y no crea sólo la forma sino también la materia; así es que de la nada lo hizo todo» (Santo Tomás, Credo Comentado, n. 25), cf. Gn 1,1.

Aunque el «magisterio» del «Novus Ordo» no se ha referido a esta verdad de Fe católica explícitamente, sin embargo, ya sea por el abandono de la misma Fe (apostasía), o por abandono de la teología católica sobre la base de la sana metafísica aristotélico-tomista, tanto por su permisividad del error, como por el elogio de ciertos autores modernistas de relieve (algunos de ellos elevados al purpurado, como Jean Daniélou, Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar, Yves Congar; además de Karl Rahner y Teilhard de Chardin entre otros), así como por no pocas alocuciones públicas, se  puede decir que la doctrina de la «nouvelle theologie», aceptada, querida y promovida por los «papas» modernistas, con relación a la Creación (así como, por lo demás, respecto a la Trinidad y a la Redención),  corresponde a la ya «sacrosanta» doctrina evolucionista teilhardiana y a la de una concepción anti-metafísica (en cuanto negación del ser) de corte neo-gnóstico, por momentos manifiesta y por momentos velada.

 Como ya se sabe, ha sido la voluntaria e intencionada ambigüedad del Concilio Vaticano II el hecho que ha consolidado y consagrado los errores de la nueva teología ya condenados en el anterior Magisterio auténtico (p.ej., Pío XII con la Encíclica «Humani Generis«) y dado origen, en este caso con relación al nuevo concepto de la revelación (p. ej., «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo» [DV I, 2]; «Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo…» [DV 1, 6] a la nueva concepción de la Creación. Contra esto hay que decir que la Revelación no consiste en la revelación de Dios en sí mismo, es decir Dios no se ha revelado en su divina esencia, no ha derramado su divina esencia en la creación ni en la historia; absolutamente ¡NO! La divina Revelación consiste en «verdades» (Dios no se ha revelado «a Sí mismo») que el hombre necesita conocer (con su entendimiento) para participar de la vida divina de la Gracia, a la cual estamos todos llamados; de otro modo, si Dios, con la revelación, hubiera vaciado su «res divina» en el mundo, seríamos todos «dioses» desde el nacimiento ¡Absit! sin necesidad de la Redención, como quiere el Concilio Vaticano II (p. ej., Gaudium et Spes n. 22)

– Ecce tenebrae quaedam:

E. Bettiza, refiriéndose al carácter de la teología/filosofía de Juan Pablo II, ha escrito que «su percepción de Dios…es la de un teólogo que ha leído a fondo a Hegel…son los caminos inescrutables del Dios hegeliano que Juan Pablo II conoce bien como filósofo, como teólogo…» (cit., en Sodalitium n. 39, p. 39). Ahora bien, Hegel tenía un verdadero problema con la relación infinito/finito, y decía que ambos se funden en una misma realidad, en un panenteísmo, en una sola identidad, «el infinito es pues la totalidad, el todo único e infinito» (cfr.  La science de la logique., n. 95) y «La superación de la dualidad Infinito/finito se produce al concebir la realidad entera, el Absoluto, como síntesis de lo Infinito en lo finito. La verdadera infinidad consiste en la integración de lo finito en el despliegue del Absoluto como momento interno y necesario» (cfr. La science de la Logique, p. 359). Para Hegel no sólo el infinito y lo finito se resuelven en una misma identidad contradictoria, sino también la Creación y la Divinidad, que son y no son lo mismo a la vez. A la base de esta concepción encontramos la doctrina de la kénosis hegeliana, asumida también, antes de Wojtyla, por algunos de los «padres» del Vaticano II como Rahner y von Balthasar.

Según la «nueva teologia» la Creación es el resultado del total «vaciamiento» (kenosis) de la Trinidad en el mundo. La «kénosis», por influjo gnóstico-cabalista, ha dado origen, en ambiente «católico», a la doctrina modernista que toma a San Pablo a la letra en Filipenses 2,7: «αλλ εαυτον εκενωσεν μορφην δουλου λαβων εν ομοιωματι ανθρωπων γενομενος«, que es «sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres» y que la Vulgata traduce como «sed semet ipsum exinanivit formam servi accipiens in similitudinem hominum factus et habitu inventus ut homo». Bueno, he querido incluir el texto original en «koiné» (griego común en el N.T.) para destacar la forma verbal εκενωσεν que, gramaticalmente, es en griego una forma verbal en 3ª sing., aoristo indicativo activo que, para nosotros, es un pretérito indefinido en 3ª persona singular del verbo «κενόω» que significa «vaciar, evacuar, desnudar» (lo curioso es que los modernistas aceptan este término a la letra de buena gana, mientras rechazan otros términos considerándolos meramente simbólicos, como por ej., el fuego del infierno). 

El punto es si acaso, para la «Magna Secta» existe o no distinción entre los conceptos de «creación» y de «revelación»; en otras palabras, si acaso Dios, ontológicamente completo y perfecto en Sí mismo, reveló verdades acerca de Sí mismo (verdades de Fe), o se trata de un «dios» en potencia, incompleto, en búsqueda de su perfección como reflujo «kenótico» de la emanación/creación del mundo, de la historia y del hombre, como quiere el «concilio» con su doctrina de la «semilla del Verbo». No es tan inmediata una respuesta, toda vez que los «teólogos» inspiradores de la nueva doctrina se expresan en un modo retorcido, confuso, abstruso, esotérico, cabalístico, con un discurso pleno de neologismos, misterioso, en fin, estrategia propia de los herejes, que intentan parecer ortodoxos para esconder sus doctrinas; táctica ya desenmascarada por San Pío X en la Pascendi.

A los modernistas les resulta difícil aceptar que todas las cosas fuera de Dios han sido creadas (no emanadas) por Dios de la nada (no de Sí mismo) y que el acto divino , por el poder infinito de Dios, no requiere materia alguna preexistente (Santo Tomás dice que en las cosas que son creadas primero es el no ser que el ser). También les resulta difícil de aceptar que Dios es acto puro, absolutamente perfecto en Sí mismo, con exclusión de toda imperfección; de modo que no está indigente o necesitado de nada para su perfección, tanto menos de una creación o de una hipotética «hominización» para cerrar un supuesto circuito «kenótico» de la divinidad.

La consecuencia lógica de la doctrina de la kénosis es la negación del ser; Dios no sería Ser, sino «devenir»; devenir que habría comenzado en la misma vida intra-trinitaria: El Padre no es tal sino «vaciándose»  (haciéndose nada) en el Hijo, y éste, a su vez, por amor, se vaciaría en el Padre, y esta relación de mutuo vaciamiento y aniquilación originaría el Espíritu, como amor kenótico; y luego, la Trinidad sólo es tal si se vacía en la Creación, puesto que, como enseña Hegel a Wojtyla «La verdadera infinidad consiste en la integración de lo finito en el despliegue del Absoluto como momento interno y necesario«. Este proceso, en fin, prosigue en un «hacerse nada» vaciándose en la Redención. En lo que concierne específicamente a la Creación, para crear el mundo, Dios necesitó anularse, realizar una especie de auto-éxodo (según S. N. Bulgakov, acogido y admirado por el Vaticano modernista). Ya podemos advertir el carácter críptico de la «nouvelle theologie», en comparación con la diafanidad y solidez tomista. Así pues, «la Creación habría sido un éxodo de la ‘ousia’ – de la substancia divina – una emanación» (Cfr. Fedeli, Orlando – «Jean Guitton ed il Modernismo nel Concilio Vaticano II: Risposta al parere di Brescia»).

Orlando Fedeli, en su ensayo, dice que H. U. von Balthasar, creado cardenal por Wojtyla, hace suya la influencia de Hegel y de Bulgakov acerca la doctrina de la kénosis de Dios al crear el mundo. La Creación, pues, para la magna secta, se explica por la kénosis de Dios, que ya no habría traído a la existencia a los seres finitos desde el no ser, sino como producto de su propia emanación/vaciamiento. La teología natural pierde su sentido en cuanto conocimiento de la existencia de Dios y de algunos de sus atributos a partir de los vestigios de la Creación (como sucede al conocer la causa a partir de sus efectos); para la doctrina modernista se trata del mismo Dios, vaciado en las creaturas divinizadas (sin necesidad de la gracia), tal como nos lo quiere enseñar el concilio de Juan XIII y Pablo VI en la Gaudium et Spes (n. 22).

A partir de estas premisas, a saber, que la Creación es manifestación de Dios en Sí mismo, y que la Divinidad no es un Ser sino un devenir kenótico, sólo podemos esperar el proceso evolucionista de este panenteísmo. Porque todo este movimiento perfectible tiene una dirección y un fin. Bueno, citando a O. Fedeli, Teilhard será quien nos lo explique diciendo que la creación no es sino la manifestación de Dios a través de la cosmogénesis (evolución cosmológica y geológica), la biogénesis (evolución biológica), la noosgénesis (evolución de la conciencia universal) y, finalmente la cristogénesis (pancristismo) cuando, al fin de la historia, en el punto más alto de este movimiento y progreso de la conciencia universal (de acuerdo a una ley que él habría descubierto y a la cual llamó «Ley de la complejidad y de la conciencia), todo y todos se reúnan en el Cristo Omega en un pancristismo final: todo y todos seremos plenamente cristificados. T. de Chardin hace suyo totalmente el evolucionismo, todo lo que existe (en sentido individual) salió de un origen común, en tres etapas de progresiva complejidad y conciencia: 1. desde lo no viviente a lo viviente; 2. desde lo viviente a la vida sensitiva; y 3. desde la vida sensitiva a la vida reflexiva y espiritual. Sin embargo este no es el último estado; le sucede la convergencia universal de la Humanidad en el Punto Omega, es decir Dios.

Como todo buen modernista, T. de Chardin, en cuanto a la Creación, habla de modo enrevesado y oscuro. Él intenta decirnos que la Creación no es el efecto del poder (y suma bondad) de Dios en tanto Causa incausada, sino que sería más bien un acto por el cual Dios «unificó» lo que era múlttiple, un acto de reunificación de la multiplicidad preexistente, convirtiéndose en un «permanente creador» quien, sin cesar en su actividad, continúa como agente de esta progresiva complejidad por medio del proceso evolutivo. Es decir, para T. de Chardin no hay «creatio ex nihilo», por que para él la nada no es sino una «multiplicidad» de elementos desordenados, aún no sujetos a la ley de la complejidad y de la conciencia. estamos ante un Dios elevado a Supremo Ordenador (¿no es esto acaso el G.A.D.U., o algo así?). Estamos ante la denominada «Evolución Creadora» bergsoniana, tía abuela de la teilhardiana «Unión Creadora». Y consideremos que no sólo la actual tibia, rimbombante y gelatinosa Congregación Para La Doctrina De La Fe no ha dicho palabra alguna sobre esta fiebre intelectual, sino que, además, ésta ha sido fuertemente justificada por el «cardenal» Henry de Lubac; en realidad esto no ha de sorprendernos, sino más bien convencernos acerca de los postulados de la Neo-Contraiglesia (para perdición de las almas). En todo caso, al parecer nos encontramos en una creación en un incesante proceso de creación, puesto que, mientras no alcancemos el Punto Omega (nótese el total abandono de la diferencia entre lo sobrenatural vs. lo natural, problema crítico también para H. de Lubac, y entre la naturaleza vs. la gracia, propio entre los modernistas) el auto-vaciamento kenótico de Dios no ha finalizado: pero bueno, no nos preocupemos, la humanidad (y toda la creación), independientemente de nuestros méritos en el orden sobrenatural como libre respuesta a la Gracia será, apocatastásicamente, toda deificada, sobrenaturalizada y divinizada en un futuro «momentum» kenótico/evolucionista. Nada de salvación ni de visión beatífica, menos aún de condenación ni de infierno. En realidad, en este proceso no somos nosotros quienes somos elevados a la vida sobrenatural, no nos engañemos, se trata de la manera que, POR NECESIDAD, el mismo Dios utiliza para COMPLETARSE Y PERFECIONARSE A SÍ MISMO Y LLEGAR A SER DIOS, venciendo sobre la multiplicidad caótica (cf. T. de Chardin, Le Coeur de la Matière) y ¡Sí! ¡Tal cual! Gnosticismo puro, reinante en nuestros lugares sagrados.

– Et ecce luces catholicae

A tanto llega el desvarío al interior de la nueva «fe» por haber abandonado la sana doctrina de la Iglesia (depositum fidei), la sana teología y la sana filosofía y metafísica aristotélico-tomista acerca del ser, del ente, de la esencia, de la participación del ser en los entes finitos, de la existencia/esencia y del principio de causalidad. Es que el «credo» de la nueva religión, entronizada en los «loci catholici» a partir de 1958, ya no es el Credo Católico.

¡ITE AD THOMAM! En su Credo comentado, n. 22., Santo Tomás dice: «Como ya lo dijimos, lo que primeramente debemos creer es que hay un solo Dios; en segundo lugar, que este Dios es el creador que ha hecho el cielo y la tierra, las cosas visibles y las invisibles«. Y en el n. 25 declara un error (que he querido citar en toda su extensión) atinente a nuestro problema diciendo: «El tercer error es de los que afirman que Dios hizo el mundo de una materia preexistente. Y a esto fueron llevados porque quisieron medir el poder de Dios conforme a nuestra capacidad, y como el hombre nada puede hacer sino de alguna materia preexistente, creyeron que también así es Dios, por lo cual dijeron que para la producción de los seres contó El con una materia preexistente. Pero esto no es la verdad. En efecto, nada puede hacer el hombre sin una materia preexistente, porque él es una causa parcial y no puede dar sino tal o cual forma a una materia determinada, por algún otro proporcionada. Y la razón es que su poder no abarca sino la forma, y en consecuencia no puede ser causa sino de ella sola. Dios, en cambio, es la causa universal de todas las cosas, y no crea sólo la forma sino también la materia; así es que de la nada lo hizo todo. Por lo cual para descartar este error se dice: «Creador del cielo y de la tierra». Así es que crear y hacer difieren en que crear es hacer algo de la nada, y hacer es producir algo de cierta cosa. Por lo tanto, si de la nada creó Dios, debemos creer que podría crear todas las cosas de nuevo si fuesen destruidas: así es que puede darle la vista a un cie19 go, resucitar a un muerto, y hacer las demás obras milagrosas. Sabiduría 12, 18: «Con sólo quererlo lo puedes todo».

Virgo Maria, ora pro nobis Sancta Dei Genetrix, dum verum Papam speramus!


“Si en algo falto a la doctrina y fe católicas agradeceré de corazón corregirme”