Novus Ordo, nova «fides»: Del hombre-Dios montiniano al nominalismo bergogliano

Asís

¿Qué tenemos en común los católicos con la «religión» del Novus Ordo liderada, hasta el momento, por los grandes heresiarcas Giuseppe Roncallli, G. B. Montini, Albino Luciani, Karol Wojtyla, Joseph Ratzinger y J. M. Bergoglio? La respuesta es que NADA. Aparte de que nos han plagiado el nombre de «Católicos» y nos han usurpado abusivamente la Santa Sede, las Sedes Episcopales, las basílicas, catedrales, parroquias, capillas, ocupándolas al modo en que un virus de gran virulencia infecta el cuerpo y se reproduce en éste hasta ocuparlo por entero. Sin embargo, lo que nos diferencia del todo es aquello que creemos y profesamos, es decir la Fe; porque irreconciliable es la  Fe con la herejía, así como lo es la luz con las tinieblas y la lozanía con la carroña.

Los católicos profesamos el Credo, que es el Símbolo de los Apóstoles, tanto más canónico y venerable cuanto recibido desde los mismísimos pilares (las doce columnas) de la Santa Iglesia, y luego explicitado por los Santos Padres en los Concilios de Nicea-Constantinopla para, tal como hoy, combatir las extendidas y horribles herejías de aquellos tiempos. De modo que nuestra profesión de Fe es catolicísima y venerabilísima.

Contra nuestro Santo Símbolo de la Fe podemos contrastar la ponzoña y el veneno del «credo» del Novus Ordo ecuménico-naturalista, de la mano de nuestro Doctor Communis, Santo Tomás de Aquino («Ite ad Thomam). Por ser ésta una materia extensa trataré esta materia – Deo volente – en sucesivas entradas.

«Credo in Deum (Creo en Dios) Lo primero que creemos los católicos es que existe un solo Dios, Creador del cielo y de la tierra, de las cosas visibles e invisibles.

El caso es que Montini, en su tristemente célebre discurso de clausura del Vaticano II, inaugura la «religión del hombre que se hace Dios» proclamando: «La religión de Dios que ha hecho hombre se ha encontrado con la religión del hombre que se ha hecho DIos« y, dirigiéndose a los humanistas modernos agrega «…también nosotros, Nos más que nadie, tenemos el culto del hombre» (7-12-1965). También es célebre su «¡Gloria in excelsis Homine!» (Angelus 7-2-1971): «¡Honor al hombre! ¡Honor al pensamiento! ¡Honor a la Ciencia! ¡Honor a la síntesis de la actividad científica y organizacional del hombre, del hombre que a diferencia de todos los otros animales, sabe dar instrumentos de conquista a su mente y a su mano! ¡Honor al hombre Rey de la Tierra y también, además, Príncipe del Cielo! ¡Honor al ser vivo que somos, el cual refleja ‘in se’ a Dios y, dominando las cosas, obedece al orden bíblico: creced y dominad!«

Por su parte K. Wojtyla, hasta el momento el más demoledor de todos ellos, nos enseña el Dios andrógino (siendo que Dios es puro espíritu) y feminizado de la tradición esotérica , tal como se desprende de su «Carta a las familias» cuando, interpolando Gn 1, 27 y Ef 3, 15-16, interpreta que la imagen de Dios en el hombre  consiste en la dualidad masculina-femenina, no ya una Trinidad de Personas; por otro lado y tras los pasos de Montini, Wojtyla se deleita citando una de sus expresiones favoritas contenida en Gaudium et Spes: «…el hombre, que es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma…» y explica que Dios quiso al hombre finalizado a sí mismo, es decir el hombre es último fin para sí mismo, un verdadero dios para sí mismo (Carta a las familias n. 9); absolutamente NO, el último fin del hombre, como lo ha enseñado siempre la Iglesia y la recta razón deduce, es Dios; no pueden haber dos fines últimos.

Ratzinger, a su vez, nos quiere hacer creer que la esencia de la identidad de Dios, su naturaleza no es sino total y enteramente relación (cfr. su libro “Muchas Religiones, Una Alianza, Israel, la Iglesia y el Mundo”) y, siendo pura relación, está obligado a unirse a su Creación y, por supuesto, al hombre que ya, con el «filósofo» Wojtyla, tenía una altísima dignidad por ser persona y finalizado a sí mismo como último fin. Ratzinger, con esta concepción de Dios, abre una brecha al panteísmo y al gnosticismo, toda vez que niega que todos los actos de Dios hacia el hombre es pura gratuidad y misericordia, y sostiene que la naturaleza relacional de Dios le exige (como necesidad relacional) unirse a su Creación (panteísmo) divinizando al hombre fuera de la Gracia (gnosticismo); desafortunadamente para nuestro «teólogo» ya Santo Tomás había refutado esta tesis, diciendo «Como la criatura procede de Dios con diversa naturaleza, Dios está fuera del orden de todo lo creado; tampoco por su naturaleza tiene relación con las criaturas. Pues no produce las criaturas por necesidad natural, sino por entendimiento y voluntad» (el énfasis es mío). El «magisterio» ratzingeriano está a la base del gnosticismo que ha intentado siempre divinizar al hombre eliminando la distinción infinita entre la naturaleza divina y la naturaleza humana.

Y, en fin, Bergoglio; Franco Battiato, cantautor, músico y director de cine italiano, dijo una vez: «Lo siento por Bergoglio, que es muy simpático, pero él ni siquiera tiene idea de lo que es Dios»; no vamos a tomar a Battiato como una voz seria en cuanto a la teología, pero, a juzgar por algunas expresiones del «papa», algo hay de preocupante. Por ej., en una reciente homilía en Santa Marta (9/10/14) Bergoglio ha proclamado: «¡Pero Dios no existe! ¡No os escandalicéis! Existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; son personas«. ¡Y sí! ni más ni menos, simplemente sorprendente. Al respecto el Salmo 13 dice: «Dice el necio en su corazón: Dios no existe«. Y nuevamente Santo Tomás en su Credo Comentado: «Entre todas las cosas que los fieles deben creer, lo primero es que existe un solo Dios. Pues bien, debemos considerar qué significa esta palabra: «Dios», que no es otra cosa que Aquel que gobierna y provee al bien de todas las cosas. Así es que cree que Dios existe aquel que cree que El gobierna todas las cosas de este mundo y provee a su bien» (n. 13); y más aún: «Pues bien, debemos creer que este Dios que todo lo dispone y gobierna es un Dios único…es evidente que el mundo no está regido por muchos dioses sino por uno solo» (n. 16); y todavía más: «En consecuencia, lo primero que se debe creer es que Dios es tan sólo uno» (n. 21). Y más: «Como ya lo dijimos, lo que primeramente debemos creer es que hay un solo Dios; en segundo lugar, que este Dios es el creador que ha hecho el cielo y la tierra, las cosas visibles y las invisibles» (n. 22); y Santo Tomás, entre otros pasajes, cita la autoridad de la Revelación: Génesis 1,1 y Juan 1,3).

Aunque el vapor gnóstico y personalista se filtra por las rendijas de las tesis montiniana, wojtyliana y ratzingeriana y, con ello, nos remontamos a los primeros siglos del tiempo heroico de la lucha de la Iglesia contra el paganismo y el neopaganismo, con todo, con J.M. Bergoglio  volvemos al periodo de las controversias trinitarias de los siglos IV y V. En el párrafo anterior he querido destacar en negrita las partes de las citas de la doctrina católica perenne en que se explicita la Unidad de Dios: «…Existe un solo Dios, es un Dios único, regido (el mundo) por Uno solo, Dios es tan sólo Uno, hay un solo DIos…» La razón es que la «enseñanza» Bergogliana nos retrotrae al año 325, en que el Concilio de Nicea definió el problema Trinitario, es decir la relación de la substancia y de las Personas en el único Dios.

Sostener, con Bergoglio, que Dios no existe y sólo existen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es proclamar el «Triteísmo»; es decir la herejía que afirma la existencia de tres dioses, aunque el «papa» no se refiere ni a la substancia ni a la naturaleza ni a la esencia de estas tres Personas-Dioses, ni a la relación entre éstas. Sea como sea, es una proposición que, ya sea por omisión o intención, atenta contra la Unidad en Dios, es decir el dogma de Fe que declara que estas tres Personas son un sólo Dios. Nunca, en la historia de la Iglesia, un Papa o el Magisterio hablo en estos términos. En tiempos de la herejía Arriana y posterior a la definición de Nicea, los mismos arrianos tomaron esta definición sobre unicidad de la substancia trinitaria para divulgar otro error, el «modalismo» o «monarquianismo modalista», es decir que las Personas se distinguen sólo aparentemente o modalmente (según el modo) para, así, seguir sosteniendo rigurosamente la estricta unidad en Dios y negando la distinción real de las Personas. Los intentos para superar esta dificultad llevaron a algunos a errar en sentido contrario: sostener que en Dios hay realmente tres personas distintas pero, sacrificando la consubstancialidad concebían, igualmente, tres esencias o substancias y, por lo tanto, tres dioses. Posteriormente, el Triteísmo entra de nuevo en escena en el ámbito del neoplatonismo cristiano: Orígenes, para evitar el panteísmo como consecuencia de la teoría emanatista (siendo él mismo sostenedor de esta posición), derivó en el «subordinacionismo», es decir, el Hijo es inferior al Padre y el Espíritu Santo inferior a ambos. De este modo el Triteísmo viene a ser un intento por superar el panteísmo emanacionista y el subordinacionismo, diciendo que la tres Personas podían considerarse tres Dioses, idénticos en sus atributos y, por cuya identidad podían ser denominados como un único Dios, pero por semejanza, no por ser de la misma substancia (o esencia); sin embargo, con este error y por consecuencia lógica, desembocamos en el Politeísmo. El Triteísmo es, en fin, un Politeísmo: posición y error  y herejía que hoy sostiene y enseña J.M. Bergoglio quien, personalmente NO se considera Papa sino sólo «el Obispo de Roma» (cfr. sus primeras palabras después de su elección).

La bisagra que articula y une a Bergoglio con el Triteísmo de los primeros siglos de la Iglesia la encontramos entre los Siglos XI y XIII d.C. Y no podía ser de otra manera; hablamos del Nominalismo: error filosófico defendido inicialmente por Roscellino de Compiègne (1050-1121/25?) y cuyo máximo exponente fue Guillermo de Ockam (1280/1288 – 1349), fraile franciscano. Aunque este último no se refirió al Triteísmo, sí lo hicieron Roscellino, Gilberto de Porreta y Joaquín da Fiore, con ciertos matices que van desde una distinción real de la Personas con negación de la esencia común a todas ellas (Roscellino), hasta la misma distinción con aceptación de la unidad divina pero sólo en sentido alegórico y moral, no metafísicamente real (J. da Fiore). Se dice que J.M. Bergoglio padece de una objetiva debilidad teológica, en favor de una hipertrofia de la «pastoralidad»; sin embargo, a la luz de lo expuesto, ya sea volente vel nolente, nuestro «obispo de Roma» resulta máximo exponente actual del dogma nominalista: «nihil est praeter individuum» (nada existe, sino el individuo); lo cual lo lleva de la mano a su consecuencia lógica: el Triteísmo, negando la existencia de Dios en cuanto esencia y unidad divinas, y afirmando tan sólo la existencia de los individuos, es decir, sólo existen cada una de las tres Personas: es el nominalismo trasladado al seno de la Trinidad, la cual ya no es misterio revelado, sino artificio del entendimiento humano. El nominalismo ockamista vuelve la espalda a la sana filosofía clásica completada y llevada a su perfección por la escolástica tomista, y abre la puerta al subjetivismo, al sensismo, al empirismo, al escepticismo; en suma, al modernismo filosófico con su marcado individualismo liberal. Bergoglio, como buen nominalista, quiere decir que, como los conceptos universales, las naturalezas, las esencias reales no tienen realidad objetiva trascendente al pensamiento humano, existiendo tan sólo el individuo (p. ej., no existe la naturaleza humana, en cuanto racional y libre) y el hecho singular sensible, entonces ¡Dios no existe! como esencia divina, no existe como divinidad substancial, sólo los tres  individuos divinos; con esto sostiene que el conocimiento humano no es racional, sino sensible, como los animales (puesto que es incapaz de ascender desde lo sensible para abstraer las realidades ontológicas y metafísicas de los seres: sus últimas causas, sus naturalezas). Reduce la capacidad de la razón para conocer la realidad por vía de la abstracción hasta llegar a la última Causa incausada e increada de los seres; niega la capacidad de la razón humana para ascender desde los seres que tenemos la existencia por participación hasta el Ser cuya esencia es su propia existencia, acto puro, el ser en sí existente. Si Dios, acto puro, el Ser que es puro ser, no existe, entonces ¿A quién hemos de atribuir la Creación de la nada, la conservación de todo en su propio ser, el gobierno de las cosas? ¿Qué queda de la mística cristiana cuyo grado más perfecto consiste en la íntima unión del alma con la divinidad ya en esta tierra y en la contemplación racional y amorosa de la suprema Verdad? ¿Y, en fin, la esencia divina de quién contemplaremos  gracias al lumen gloriae en el paraíso cara a cara por la visión beatífica, siendo ésta una operación y visión NO SENSIBLE como quiere el nominalismo bergogliano, sino intelectual?

«Y como una táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y con mucha razón), táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá…» (San Pío X, Pascendi, n. 3) A lo cual se puede agregar que también forma parte de su estrategia el recurso al lenguaje ambiguo e intrincado (propio de quien se propone confundir y pasar por ortodoxo); todo con la firme intención planificada de destruir la sana doctrina, Fe católica y la Santa Iglesia si fieri potest. Pero «…las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18).


Ora pro nobis, Sancta Dei Genetrix, dum verum Papam speramus

Si en algo falto a la Fe católica, agradeceré de corazón corregirme

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El «Sensus fidei» ecuménico

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     Si revisamos las publicaciones y documentos emanados de los ocupantes actuales de la Santa Sede, así como aquellos publicados por lo órganos oficiales de la Curia Vaticana, constatamos el mismo estilo redaccional que caracterizó a los documentos promulgados por el “concilio” Vaticano II; es decir, intencionadamente ambiguos y del todo contrastantes con la claridad y precisión del Magisterio pre-conciliar. Los innovadores, por medio de un lenguaje enrevesado y lleno de términos y giros lingüísticos extraños a las sólidas y nítidas formas magisteriales de la tradición católica, buscó primero escapar a las reprobaciones de San Pío X, eminentísimo defensor de la ortodoxia católica contra los desvaríos modernistas, y luego, al amparo y fomento de Roncalli, desplegaron libremente aquellas formas expresivas ambivalentes, difíciles de interpretar por su equivocidad, con el fin de servir a los errores desatados bajo la égida del conciliábulo vaticano. Por otro lado, no hay discurso, entrevista, artículo, predicación, encíclica, exhortación, audiencia, carta, alocución, etc., que, sin cejar en ofensas a Dios Trino, a Jesucristo, a la Bienaventurada Virgen María, a la Iglesia, a los legítimos sucesores de Pedro, a la Fe Católica, no conduzcan hacia aberraciones doctrinales al servicio del “dogma ecuménico” y de los públicos escándalos litúrgicos y religiosos inter-confesionales. San Pío X, Papa nuestro de feliz memoria, con su corazón deshecho por profundísimo y amargo dolor al prever que la Barca de Pedro sería asaltada, violentada y apropiada por servidores del Anticristo, anticipó en su Magisterio el pútrido zaguán en el que, hoy por hoy, navegan los invasores mancillando nuestra santa religión; anticipó Papa Sarto: “ninguno se maravillará si lo definimos [al Modernismo] afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas. Pero han ido tan lejos que no sólo han destruido la religión católica, sino, como ya hemos indicado, absolutamente toda religión.” (S. S. San Pío X, Encíclica “Pascendi”, N° 38). Y autores fieles a la pureza de la Fe, como el R. P. Leonardo Castellani, han advertido para enseñanza e instrucción de los católicos: “Los modernistas no niegan la letra de ninguno de los dogmas…,pero lo vacían todo dándoles un significado humano; son como signos de la grandeza del hombre, de la divinidad del hombre, es decir, una tentación de humanizarlo todo, que fue la tentación más grande en toda la vida de la Iglesia y que será también la gran herejía del Anticristo, que va a implantar la adoración del hombre, de las obras del hombre y se va a hacer adorar él mismo como Dios, según está revelado por San Pablo.” (“Catecismo para adultos”, casi contemporáneo contra-discurso de Montini quien, oficialmente el Martes 7 de diciembre de 1965, inauguró la «religión del hombre» al clausurar el conciliábulo Vaticano II) ).

     En la Edición del 20 de Junio de 2014 de L’Osservatore Romano se lee una columna titulada “El sentido de la Fe. En un documento de la Comisión Teológica Internacional” (BAC, Madrid, 2014), firmado por Serge-Thomas Bonino, Dominicano, secretario general de la CTI. En realidad, este breve inserto tiene la finalidad de presentar un reciente documento publicado por la misma Comisión bajo el título “Le sensus fidei dans la vie de l’Église” (El sentido de la fe en la vida de la Iglesia), de ahora en adelante SF, texto sólo en francés y en inglés. Hay que recordar que, de cara a la pureza de la fe católica, toda obra u opúsculo emanado de fuentes post-conciliares debe ser recibido con gran precaución, toda vez que «jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, “hombres de lenguaje pervertido (Hch 20, 30) de vanos discursos y seductores que yerran y que inducen al error”(Tit 1, 10)». En su presentación del documento de la CTI, en L’Osservatore Romano, Bonino comienza (no podía ser de otro modo) citando al Sr. Bergoglio cuando, el 4 de Octubre de 2013 en Asís (cuyo excelsa tradición católica franciscana jamás será siquiera mínimamente empañada por las abominables y escandalosas reuniones “interreligiosas” ecuménicas iniciadas por Wojtyla) éste dijo que «[El pueblo] tiene “olfato” para encontrar nuevas vías para el camino, tiene el sensus fidei, que dicen los teólogos (innovadores, n.d.a]». Y Bonino continúa destacando que «el Pontífice (sic) ama referirse a este instinto sobrenatural [innovador él mismo, n.d.a.] que posee el pueblo de Dios [muy querida expresión vaticano-segundista].

     En el n.2 de la Introducción de SF, la CTI define el sentido de la fe como «Este instinto sobrenatural, intrínsecamente unido con el don de la fe recibido en la comunión de la Iglesia, se llama sensus fidei, y le permite a los cristianos cumplir a cabalidad su vocación profética».

     De modo que, según la doctrina de la religión neomodernista, el “sentido de la fe” sería un “olfato”, un “instinto sobrenatural”. En el n. 49, SF dice que «El sentido de la fe del creyente es una especie de instinto espiritual…se deriva de la fe constituyendo una propiedad de ésta. Se compara a un instinto, porque en primer lugar no es el resultado de una deliberación racional, sino que toma más bien la forma de un conocimiento espontáneo y natural, una especie de percepción». El n. 53 continúa: «el sentido de la fe es la forma que reviste este instinto». En el n. 54 leemos: «Como lo indica su nombre “sentido”, [el sensus fidei] se asemeja más bien a una reacción natural, inmediata y espontánea, comparable a “un instinto vital” o a una especie de “olfato” por la cual el creyente adhiere espontáneamente lo que es conforme a la verdad de la fe y evita lo que se le opone».

    Cada vez que tomamos conocimiento de algún documento innovador-postmodernista-ecuménico-naturalista de la nueva religión, debemos tener presente, en medio de la anfractuosidad y esoterismo de sus formas que, indefectiblemente, estará involucrada la nueva eclesiología, la nueva liturgia, la nueva disciplina y la nueva doctrina; pues el arte de la destrucción está en la celada. Bueno, así ocurre también con este “just born” de la CTI.

    Dice SF que el “sentido de la fe” se deriva de la fe y constituye de ésta una propiedad, siendo la fe una disposición interior suscitada por el amor (n. 56). Pero, para la religión ecuménica anticatólica ¿Qué es la fe? Pues, al igual que el carácter subjetivo-psicológico del “sensus fidei”, dicen de la fe que “…siendo Dios el objeto de la religión, síguese de lo expuesto que la fe, principio y fundamento de toda religión, reside en un sentimiento íntimo engendrado por la indigencia de lo divino” (Pascendi n.5), además “En el sentimiento religioso se descubre una cierta intuición del corazón; merced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de la existencia de Dios y de su acción, dentro y fuera del ser humano, que supera con mucho a toda persuasión científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera otra racional” (Pascendi n. 13), y más aún “…en ese sentimiento los modernistas, no sólo encuentran la fe, sino que con la fe y en la misma fe, según ellos la entienden, afirman que se verifica la revelación” (Pascendi n. 6).

     Para la nueva anti-iglesia, que se dice católica, en el plano de la fe, algunos términos son muy queridos, tales como “vital”, “experiencia”, “sentido”, “sentimiento”, “amor”, “corazón”, “misterio”. Son todos términos que caen muy bien al perfil del hombre moderno, cincelado por la Escuela de Franckfurt y por el nihilismo estructuralista francés (no en vano Wojtyla fue proclamado “por el pueblo de Dios” “santo súbito”). Es en esta concepción naturalista de la fe – naturalista porque oblitera la realidad sobrenatural de la fe , toda vez que repudia la teología natural y cierra, en consecuencia, todo acceso a la revelación al desechar los motivos de credibilidad y, más aún, suprime por completo toda revelación externa (cfr. Pascendi n.5) – que la CTI intenta insertar el neotérico “sensus fidei”, este “instinto sobrenatural de la fe…suscitado por el amor…esta especie de olfato…de percepción…este instinto vital…este conocimiento del corazón. Uno de los argumentos de apoyo que esgrimen es “la connaturalidad que la virtud de la fe establece entre el creyente y el auténtico objeto de la fe” objeto que, como habíamos visto, no consiste en las verdades reveladas, sino en la misma naturaleza de Dios, en la misma “res divina” (de otro modo éste no podría ser “connatural”, a saber y sin más, la deificación del hombre). Es el mismo SF que se encarga de declarar que gracias a este divagado “sentido de la fe”, que tiene la forma de una segunda naturaleza (divinizada), el creyente (no sólo católico), reacciona espontáneamente (cfr. SF n.53) de manera infalible en lo que concierne a su objeto, es decir en lo que concierne a Dios mismo, percibido inmediatamente en su naturaleza divina misma en virtud del sentimiento vital de la fe.

     Es la misma CTI que, forzando a ciertos autores como Melchor Cano, J. H. Newman, y violentando las Escrituras, se apuran en declarar que la expresión “sensus fidei” no se encuentra ni en las Escrituras ni en la enseñanza formal de la Iglesia anterior al Vaticano II (cfr. SF n.7) ¡Lógico! No podía ser de otro modo, dado que la fe católica es objetiva y sobrenatural, en oposición al carácter subjetivo y naturalista de la nueva religión; a mayor abundamiento, la CTI intenta hacer pie en la historia diciendo que «El concepto de “sensus fidelium” comenzó a ser elaborado y utilizado de modo más sistemático al momento de la (pseudo) Reforma [protestante, ¡todo concurre! n.d.r.]». Sabemos la adoración ecuménica que la iglesia oficial profesa al protestantismo, del cual, entre otra cosas, ha adoptado novedades como “teología del laicado”, “pueblo de Dios”, “sacerdocio común”, “común oficio profético”, etc.; todo orientado hacia el concepto de “comunidad” y “fraternidad”, así como de debilitamiento del concepto de autoridad, primado y magisterio.

     Por mucho que se nos quiera retrotraer a las crisis arriana y nestoriana, la Iglesia nunca necesitó de un “instinto” u “olfato” sobrenaturales con relación a su indefectibilidad y ortodoxia. Por primera vez encontramos el “sensus fidei” en los documentos del vaticano II; especialmente en Lumen Gentium ns. 12 y 35, asociado al antedicho “común oficio profético” en el contexto de una iglesia “igualitaria y democrática” que tiende a eliminar los aspectos de “Ecclesia docens” (Iglesia que enseña) y “Ecclesia discens” (Iglesia que es enseñada); es decir, para el Vaticano II, fuente desde la cual se precipita toda la riada de extrañezas, nadie tiene nada que aprender, nadie debe enseñar, nadie debe corregir, nadie debe guiar; es suficiente con que cada uno, habiendo experimentado vitalmente el sentimiento religioso – que es a su vez la revelación y lo revelado, Dios mismo – se integre con su conciencia subjetiva individual a la conciencia colectiva comunitaria, que sería la Iglesia; si no estamos en la iglesia del libre examen de Lutero, ¿entonces qué?

     Llegados a este punto, bueno es recordar la doctrina católica para no extraviarse. 1) La fe es una virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y la ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas percibidas por la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos (D. 1789). Vemos que la fe no es un indefinido y vago “sentimiento” o “experiencia vital”; es definitivamente objetiva, ya que se trata de verdades (lo que Dios ha revelado), no de lo que el hombre siente en el corazón ni mucho menos. Es el llamado objeto material de la virtud teologal de la Fe, constituido por todo el conjunto de verdades divinamente reveladas. Además no es un fenómeno natural, que brota de una cierta indigencia psicológica; ¡absolutamente no! es una virtud sobrenatural, infusa por Dios en nuestra alma, por lo que es imposible adquirirla con las solas fuerzas naturales. No tiene como sujeto el sentimiento o el corazón, sino el entendimiento, ya que las verdades se aprehenden por el intelecto, por la razón. 2) El objeto material de la Fe definido infaliblemente por el Concilio Vaticano I (en realidad debiéramos decir sólo Concilio Vaticano, puesto que no hay otro con aquél nombre) dice: “Hay que creer con fe divina y católica todo lo que se contiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por la Tradición y que la Iglesia por definición solemne o por su Magisterio ordinario y universal propone como divinamente revelado” (D. 1792). De modo que la divina revelación (verdades objetivas, no subjetivos sentimientos) posee dos fuentes, la Sagrada Escritura y la Tradición Católica.

     Y avanzando un poco más en este trabajo “pseudo-teológico” de la Comisión, llegamos a su punto más alto, a su broche de oro y a su verdadero puerto de llegada: Su valor ecuménico. El “santo ecuménico” Wojtyla dijo: “Con el Concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica” (Encíclica Ut unum sint n. 3, 1995). Y así, en el trabajo SF de la Comisión leemos en el n. 56 «una cierta forma de sensus fidei puede existir entre los bautizados que llevan el bello nombre de cristianos sin profesar, sin embargo, integralmente la fe” (Lumen Gentium 15) Ahora, quien no profese integralmente la fe, negando tan sólo una o algunas de las verdades reveladas, NO POSEE LA FE. La razón está en que, con su opinión personal, éste se pone por encima de Dios que revela y niega el motivo formal por el cual creemos, a saber, la autoridad de Dios que no puede engañarse ni engañarnos; y así, ya no cree por la autoridad de Dios sino por su propia disquisición y opinión humana, eligiendo qué creer y qué no creer, por lo tanto NO llevan el bello nombre de cristianos. Y continúa el n. 56 “La Iglesia católica debe pues estar atenta a lo que el Espíritu puede decirle por medio de creyentes de iglesias y comunidades eclesiales que no están plenamente en comunión con ella”. Lástima que, si no están en comunión con Pedro, cabeza y regla próxima suprema de la fe, potestad exclusiva conferida directamente por Cristo (cfr., Mt 16, 18s), el Espíritu, alma de la Iglesia, nada tiene que decirle por intermedio de ellas. Por ahora es suficiente con relación al “ecumenismo”; por sí sólo es un tema que reclama un espacio propio. En todo caso, y anticipándonos, podemos constatar que el ecumenismo surge como consecuencia del nuevo concepto de revelación adoptado por la nueva iglesia.

     En otro aspecto de este reciente trabajo de la CTI, se establece que «El sensus fidei está estrechamente unido a la “infallibilitas in credendo” que posee la Iglesia en su conjunto…permite a sus miembros ejercer el discernimiento que deben realizar sin cesar… a fin de saber cuál sea la mejor manera de vivir, actuar y hablar en fidelidad al Señor” (n.128) Y también «El sensus fidei permite a cada creyente percibir una desarmonía, una incoherencia o una contradicción entre una enseñanza o una práctica y la fe cristiana auténtica” (n.62) Aún más «El sensus fidei del creyente es infalible en sí mismo en lo que concierne a su objeto, la verdadera fe». Para sostener estas proposiciones la CTI trae en su ayuda un argumento por analogía diciendo que «A causa de su relación inmediata a su objeto, un instinto no puede equivocarse. Éste es infalible de suyo». Ya habíamos visto que, según la nueva “teología”, el sensus fidei se compara a un instinto, es una suerte de “instinto espiritual” (sic), una reacción natural, inmediata y espontánea, análoga a un instinto vital o a una especie de olfato (cfr., n. 54). Ahora, en la teología de la perfección cristiana, lo más cercano a esta tesis modernista son las mociones del alma en gracia a impulso del Espíritu Santo por medio de las virtudes y dones sobrenaturales. El creyente, instruido en las verdades de la fe, reacciona sí ante el error doctrinal (por Ej., resistieron a Nestorio cuando éste, siendo obispo, cayó en la herejía y predicaba que María sólo era la madre de Cristo, pero no de Dios), reacciona sí, pero no por una especie de “instinto”, sino por encontrar contradicción entre la fe apostólica y el error; para lo cual se necesita, no una especie de “olfato” o “instinto vital”, sino una virtud específica, la virtud sobrenatural de la Fe, que es un juicio del entendimiento movido por Dios, facultad del alma cuyo objeto propio es la verdad. Por otro lado los “teólogos” de la CTI argumentan, en favor de la infalibilidad del sensus fidei, que éste no puede fallar porque «todos los miembros [de la Iglesia] han recibido la unción del Espíritu de verdad» (n. 76) y «todo bautizado, en virtud de la unción divina, tiene la capacidad de discernir la verdad en materia de fe», citando 1Jn 2, 20.27 (cfr., n. 85). Aquí asistimos a una grande ambigüedad, sería necesario especificar que, siendo el bautismo el sacramento de la verdad que da la vida eterna, que es la verdadera Fe, sólo reciben, por medio del bautismo válido, el Espíritu de verdad quienes profesan la única y verdadera Fe, no cualquier bautizado perteneciente a cualquier «iglesia»; pero este es el modo de hablar modernista. Por lo demás, sabemos que en la doctrina modernista la validez del Bautismo, por el que el creyente se hace miembro de la Iglesia, es extensible a todas las “comunidades eclesiales” e “iglesias” no católicas pues, para los modernistas, la “Iglesia de Cristo” no es la iglesia católica, sino una cierta  iglesia futura, más amplia que la Santa Iglesia católica, Cuerpo Místico de Cristo, la cual tan sólo «subsistit in», estaría tan sólo contenida en aquella imaginaria «iglesia» de carácter ecuménico (cfr. Lumen Pentium n. 8).

     Si el “sensus fidei ecuménico” es infalible in credendo, en virtud de una no bien explicitada “unción del Espíritu de verdad”, ¿Cómo se explica que actualmente un indefinido “pueblo de Dios” (millones de millones) siga masivamente  una fe que no es nuestra Fe católica? ¿Cómo explicar que tan grandísimo número de creyentes no sean capaces de utilizar el infalible “olfato bergogliano”, aquel infalible “instinto espiritual” para discernir entre la Fe católica y la “fe” de Juan XXIII, de Pablo VI, de Juan Pablo I, de Juan Pablo II (hasta ahora entre ellos el más destructor de la Iglesia), de Benedicto XVI y de Francisco? ¿Cómo explicar que la mayoría se deja mistificar por el fenómeno religioso más mortífero de la historia de la Iglesia, considerado por San Pío X la suma total de todas las herejías, siendo la devastación y perdición casi total del pueblo fiel, sumido en la total apostasía de la mano de los actuales meros ocupantes materiales de las sedes en la Iglesia? Es un misterio, permitido por Dios, una prueba en medio de la actual miseria y perfidia del mundo, para que brille el testimonio de los que resisten firmes en la Fe, como fiel soldado de Cristo, sostenidos por María, vencedora de todas las herejías, para gloria de Dios.


 Ora pro nobis, Sancta Dei Genetrix, dum verum Papam speramus!