Novus Ordo, nova «fides»: Del hombre-Dios montiniano al nominalismo bergogliano

Asís

¿Qué tenemos en común los católicos con la «religión» del Novus Ordo liderada, hasta el momento, por los grandes heresiarcas Giuseppe Roncallli, G. B. Montini, Albino Luciani, Karol Wojtyla, Joseph Ratzinger y J. M. Bergoglio? La respuesta es que NADA. Aparte de que nos han plagiado el nombre de «Católicos» y nos han usurpado abusivamente la Santa Sede, las Sedes Episcopales, las basílicas, catedrales, parroquias, capillas, ocupándolas al modo en que un virus de gran virulencia infecta el cuerpo y se reproduce en éste hasta ocuparlo por entero. Sin embargo, lo que nos diferencia del todo es aquello que creemos y profesamos, es decir la Fe; porque irreconciliable es la  Fe con la herejía, así como lo es la luz con las tinieblas y la lozanía con la carroña.

Los católicos profesamos el Credo, que es el Símbolo de los Apóstoles, tanto más canónico y venerable cuanto recibido desde los mismísimos pilares (las doce columnas) de la Santa Iglesia, y luego explicitado por los Santos Padres en los Concilios de Nicea-Constantinopla para, tal como hoy, combatir las extendidas y horribles herejías de aquellos tiempos. De modo que nuestra profesión de Fe es catolicísima y venerabilísima.

Contra nuestro Santo Símbolo de la Fe podemos contrastar la ponzoña y el veneno del «credo» del Novus Ordo ecuménico-naturalista, de la mano de nuestro Doctor Communis, Santo Tomás de Aquino («Ite ad Thomam). Por ser ésta una materia extensa trataré esta materia – Deo volente – en sucesivas entradas.

«Credo in Deum (Creo en Dios) Lo primero que creemos los católicos es que existe un solo Dios, Creador del cielo y de la tierra, de las cosas visibles e invisibles.

El caso es que Montini, en su tristemente célebre discurso de clausura del Vaticano II, inaugura la «religión del hombre que se hace Dios» proclamando: «La religión de Dios que ha hecho hombre se ha encontrado con la religión del hombre que se ha hecho DIos« y, dirigiéndose a los humanistas modernos agrega «…también nosotros, Nos más que nadie, tenemos el culto del hombre» (7-12-1965). También es célebre su «¡Gloria in excelsis Homine!» (Angelus 7-2-1971): «¡Honor al hombre! ¡Honor al pensamiento! ¡Honor a la Ciencia! ¡Honor a la síntesis de la actividad científica y organizacional del hombre, del hombre que a diferencia de todos los otros animales, sabe dar instrumentos de conquista a su mente y a su mano! ¡Honor al hombre Rey de la Tierra y también, además, Príncipe del Cielo! ¡Honor al ser vivo que somos, el cual refleja ‘in se’ a Dios y, dominando las cosas, obedece al orden bíblico: creced y dominad!«

Por su parte K. Wojtyla, hasta el momento el más demoledor de todos ellos, nos enseña el Dios andrógino (siendo que Dios es puro espíritu) y feminizado de la tradición esotérica , tal como se desprende de su «Carta a las familias» cuando, interpolando Gn 1, 27 y Ef 3, 15-16, interpreta que la imagen de Dios en el hombre  consiste en la dualidad masculina-femenina, no ya una Trinidad de Personas; por otro lado y tras los pasos de Montini, Wojtyla se deleita citando una de sus expresiones favoritas contenida en Gaudium et Spes: «…el hombre, que es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma…» y explica que Dios quiso al hombre finalizado a sí mismo, es decir el hombre es último fin para sí mismo, un verdadero dios para sí mismo (Carta a las familias n. 9); absolutamente NO, el último fin del hombre, como lo ha enseñado siempre la Iglesia y la recta razón deduce, es Dios; no pueden haber dos fines últimos.

Ratzinger, a su vez, nos quiere hacer creer que la esencia de la identidad de Dios, su naturaleza no es sino total y enteramente relación (cfr. su libro “Muchas Religiones, Una Alianza, Israel, la Iglesia y el Mundo”) y, siendo pura relación, está obligado a unirse a su Creación y, por supuesto, al hombre que ya, con el «filósofo» Wojtyla, tenía una altísima dignidad por ser persona y finalizado a sí mismo como último fin. Ratzinger, con esta concepción de Dios, abre una brecha al panteísmo y al gnosticismo, toda vez que niega que todos los actos de Dios hacia el hombre es pura gratuidad y misericordia, y sostiene que la naturaleza relacional de Dios le exige (como necesidad relacional) unirse a su Creación (panteísmo) divinizando al hombre fuera de la Gracia (gnosticismo); desafortunadamente para nuestro «teólogo» ya Santo Tomás había refutado esta tesis, diciendo «Como la criatura procede de Dios con diversa naturaleza, Dios está fuera del orden de todo lo creado; tampoco por su naturaleza tiene relación con las criaturas. Pues no produce las criaturas por necesidad natural, sino por entendimiento y voluntad» (el énfasis es mío). El «magisterio» ratzingeriano está a la base del gnosticismo que ha intentado siempre divinizar al hombre eliminando la distinción infinita entre la naturaleza divina y la naturaleza humana.

Y, en fin, Bergoglio; Franco Battiato, cantautor, músico y director de cine italiano, dijo una vez: «Lo siento por Bergoglio, que es muy simpático, pero él ni siquiera tiene idea de lo que es Dios»; no vamos a tomar a Battiato como una voz seria en cuanto a la teología, pero, a juzgar por algunas expresiones del «papa», algo hay de preocupante. Por ej., en una reciente homilía en Santa Marta (9/10/14) Bergoglio ha proclamado: «¡Pero Dios no existe! ¡No os escandalicéis! Existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; son personas«. ¡Y sí! ni más ni menos, simplemente sorprendente. Al respecto el Salmo 13 dice: «Dice el necio en su corazón: Dios no existe«. Y nuevamente Santo Tomás en su Credo Comentado: «Entre todas las cosas que los fieles deben creer, lo primero es que existe un solo Dios. Pues bien, debemos considerar qué significa esta palabra: «Dios», que no es otra cosa que Aquel que gobierna y provee al bien de todas las cosas. Así es que cree que Dios existe aquel que cree que El gobierna todas las cosas de este mundo y provee a su bien» (n. 13); y más aún: «Pues bien, debemos creer que este Dios que todo lo dispone y gobierna es un Dios único…es evidente que el mundo no está regido por muchos dioses sino por uno solo» (n. 16); y todavía más: «En consecuencia, lo primero que se debe creer es que Dios es tan sólo uno» (n. 21). Y más: «Como ya lo dijimos, lo que primeramente debemos creer es que hay un solo Dios; en segundo lugar, que este Dios es el creador que ha hecho el cielo y la tierra, las cosas visibles y las invisibles» (n. 22); y Santo Tomás, entre otros pasajes, cita la autoridad de la Revelación: Génesis 1,1 y Juan 1,3).

Aunque el vapor gnóstico y personalista se filtra por las rendijas de las tesis montiniana, wojtyliana y ratzingeriana y, con ello, nos remontamos a los primeros siglos del tiempo heroico de la lucha de la Iglesia contra el paganismo y el neopaganismo, con todo, con J.M. Bergoglio  volvemos al periodo de las controversias trinitarias de los siglos IV y V. En el párrafo anterior he querido destacar en negrita las partes de las citas de la doctrina católica perenne en que se explicita la Unidad de Dios: «…Existe un solo Dios, es un Dios único, regido (el mundo) por Uno solo, Dios es tan sólo Uno, hay un solo DIos…» La razón es que la «enseñanza» Bergogliana nos retrotrae al año 325, en que el Concilio de Nicea definió el problema Trinitario, es decir la relación de la substancia y de las Personas en el único Dios.

Sostener, con Bergoglio, que Dios no existe y sólo existen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es proclamar el «Triteísmo»; es decir la herejía que afirma la existencia de tres dioses, aunque el «papa» no se refiere ni a la substancia ni a la naturaleza ni a la esencia de estas tres Personas-Dioses, ni a la relación entre éstas. Sea como sea, es una proposición que, ya sea por omisión o intención, atenta contra la Unidad en Dios, es decir el dogma de Fe que declara que estas tres Personas son un sólo Dios. Nunca, en la historia de la Iglesia, un Papa o el Magisterio hablo en estos términos. En tiempos de la herejía Arriana y posterior a la definición de Nicea, los mismos arrianos tomaron esta definición sobre unicidad de la substancia trinitaria para divulgar otro error, el «modalismo» o «monarquianismo modalista», es decir que las Personas se distinguen sólo aparentemente o modalmente (según el modo) para, así, seguir sosteniendo rigurosamente la estricta unidad en Dios y negando la distinción real de las Personas. Los intentos para superar esta dificultad llevaron a algunos a errar en sentido contrario: sostener que en Dios hay realmente tres personas distintas pero, sacrificando la consubstancialidad concebían, igualmente, tres esencias o substancias y, por lo tanto, tres dioses. Posteriormente, el Triteísmo entra de nuevo en escena en el ámbito del neoplatonismo cristiano: Orígenes, para evitar el panteísmo como consecuencia de la teoría emanatista (siendo él mismo sostenedor de esta posición), derivó en el «subordinacionismo», es decir, el Hijo es inferior al Padre y el Espíritu Santo inferior a ambos. De este modo el Triteísmo viene a ser un intento por superar el panteísmo emanacionista y el subordinacionismo, diciendo que la tres Personas podían considerarse tres Dioses, idénticos en sus atributos y, por cuya identidad podían ser denominados como un único Dios, pero por semejanza, no por ser de la misma substancia (o esencia); sin embargo, con este error y por consecuencia lógica, desembocamos en el Politeísmo. El Triteísmo es, en fin, un Politeísmo: posición y error  y herejía que hoy sostiene y enseña J.M. Bergoglio quien, personalmente NO se considera Papa sino sólo «el Obispo de Roma» (cfr. sus primeras palabras después de su elección).

La bisagra que articula y une a Bergoglio con el Triteísmo de los primeros siglos de la Iglesia la encontramos entre los Siglos XI y XIII d.C. Y no podía ser de otra manera; hablamos del Nominalismo: error filosófico defendido inicialmente por Roscellino de Compiègne (1050-1121/25?) y cuyo máximo exponente fue Guillermo de Ockam (1280/1288 – 1349), fraile franciscano. Aunque este último no se refirió al Triteísmo, sí lo hicieron Roscellino, Gilberto de Porreta y Joaquín da Fiore, con ciertos matices que van desde una distinción real de la Personas con negación de la esencia común a todas ellas (Roscellino), hasta la misma distinción con aceptación de la unidad divina pero sólo en sentido alegórico y moral, no metafísicamente real (J. da Fiore). Se dice que J.M. Bergoglio padece de una objetiva debilidad teológica, en favor de una hipertrofia de la «pastoralidad»; sin embargo, a la luz de lo expuesto, ya sea volente vel nolente, nuestro «obispo de Roma» resulta máximo exponente actual del dogma nominalista: «nihil est praeter individuum» (nada existe, sino el individuo); lo cual lo lleva de la mano a su consecuencia lógica: el Triteísmo, negando la existencia de Dios en cuanto esencia y unidad divinas, y afirmando tan sólo la existencia de los individuos, es decir, sólo existen cada una de las tres Personas: es el nominalismo trasladado al seno de la Trinidad, la cual ya no es misterio revelado, sino artificio del entendimiento humano. El nominalismo ockamista vuelve la espalda a la sana filosofía clásica completada y llevada a su perfección por la escolástica tomista, y abre la puerta al subjetivismo, al sensismo, al empirismo, al escepticismo; en suma, al modernismo filosófico con su marcado individualismo liberal. Bergoglio, como buen nominalista, quiere decir que, como los conceptos universales, las naturalezas, las esencias reales no tienen realidad objetiva trascendente al pensamiento humano, existiendo tan sólo el individuo (p. ej., no existe la naturaleza humana, en cuanto racional y libre) y el hecho singular sensible, entonces ¡Dios no existe! como esencia divina, no existe como divinidad substancial, sólo los tres  individuos divinos; con esto sostiene que el conocimiento humano no es racional, sino sensible, como los animales (puesto que es incapaz de ascender desde lo sensible para abstraer las realidades ontológicas y metafísicas de los seres: sus últimas causas, sus naturalezas). Reduce la capacidad de la razón para conocer la realidad por vía de la abstracción hasta llegar a la última Causa incausada e increada de los seres; niega la capacidad de la razón humana para ascender desde los seres que tenemos la existencia por participación hasta el Ser cuya esencia es su propia existencia, acto puro, el ser en sí existente. Si Dios, acto puro, el Ser que es puro ser, no existe, entonces ¿A quién hemos de atribuir la Creación de la nada, la conservación de todo en su propio ser, el gobierno de las cosas? ¿Qué queda de la mística cristiana cuyo grado más perfecto consiste en la íntima unión del alma con la divinidad ya en esta tierra y en la contemplación racional y amorosa de la suprema Verdad? ¿Y, en fin, la esencia divina de quién contemplaremos  gracias al lumen gloriae en el paraíso cara a cara por la visión beatífica, siendo ésta una operación y visión NO SENSIBLE como quiere el nominalismo bergogliano, sino intelectual?

«Y como una táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y con mucha razón), táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá…» (San Pío X, Pascendi, n. 3) A lo cual se puede agregar que también forma parte de su estrategia el recurso al lenguaje ambiguo e intrincado (propio de quien se propone confundir y pasar por ortodoxo); todo con la firme intención planificada de destruir la sana doctrina, Fe católica y la Santa Iglesia si fieri potest. Pero «…las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18).


Ora pro nobis, Sancta Dei Genetrix, dum verum Papam speramus

Si en algo falto a la Fe católica, agradeceré de corazón corregirme

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